La ciudad que conocemos hoy, tiene poco o nada que ver con la ciudad que sucumbió al sitio de los aliados y que desapareció casi por completo durante aquellos días. Por ese motivo, llevaremos a cabo un breve estudio de la misma, el cual nos permitirá imaginar el estado en el que se encontraba San Sebastián a la llegada de las tropas aliadas.

Si echamos una mirada sobre cualquier plano o dibujo anterior a 1813, veremos que la ciudad actual, reconstruida nada más terminar la Guerra de Independencia gracias a los acuerdos aprobados en las Juntas de Zubieta, ocupa la misma situación topográfica que la desaparecida en la guerra. Esta zona, génesis de la futura San Sebastián y que hoy conocemos como barrio de la Parte Vieja, dispondrá de unas calles mucho más regulares y rectas que las anteriores que, y al menos hasta 1863, sí mantuvieron la mayoría de los nombres originales.

Cabe destacar antes de ir más allá, que Don Serapio Múgica cifra el número de incendios sufridos por la ciudad a lo largo de su historia en doce, pero el último de todos ellos, el de 1813, trajo las peores consecuencias, pues además de perderse casi todas las casas, también se perdió toda la documentación que había sido cuidadosamente custodiada durante siglos en la Casa Consistorial. Por este motivo, los estudios que se puedan realizar sobre nuestra historia anterior al año 1813 van a estar completamente determinados por la carestía de datos documentales.

SUS CALLES Y EDIFICIOS

 

La ciudad la atravesaban 21 calles que se cortaban casi siempre en ángulo recto y que eran además bastante más estrechas que las que disfrutamos hoy día. De entre todas ellas podríamos destacar las conocidas como las Calles de Santa María, de San Vicente, del Pozo o de San Jerónimo. Algunas terminaban en una especie de patios interiores localizados entre las casas, tratándose a menudo de callejones sin salida y que eran conocidos con el nombre de ‘belenas’ (aunque también se las llamaba ‘banelas’ o ‘valenas’). No está claro el origen de este vocablo, pero una hipótesis apuntada por Don Serapio Múgica nos dice que puede proceder de la vecina villa de Bilbao, En donde se llama belena al sedimento sucio y negro que se forma en las orillas y fondo de la ría del Nervión. Este detalle nos da cierta idea sobre la higiene imperante en esos callejones, lugares que abundaban sobre todo en las casas más próximas a las murallas del muelle.

La ciudad contaba con dos plazas principales, las llamadas 'la Vieja' y 'la Nueva', y sus calles aunque estaban adoquinadas, también eran angostas y húmedas. Si a ello le añadimos la costumbre de lanzar desperdicios al exterior de la vivienda y la más severa falta de ciertas medidas de higiene, hacían de ellas un continuo foco de enfermedades.

Hoy día podemos plantamos en mitad de la plaza de la Constitución, y ver que ésta se eleva un poco por encima del del resto de vías que la rodean. Esta diferencia de altura está ocasionada, en cierta medida, por los restos calcinados sobre los que se asientan las calles y casas actuales. Sin embargo, antes de 1813 la situación era justamente la contraria: La superficie que ocupaba San Sebastián no solo no estaba nivelada, sino que su Plaza Nueva estaba incluso más baja que el resto de calles, facilitando así las consiguientes inundaciones que ese clima tan donostiarra de lluvias y aguaceros provocaba. Según algunos datos y versiones podía considerarse prácticamente un estanque.

Los nombres con los que el pueblo conoce sus calles no acostumbran a coincidir con el oficial de la misma. Lo normal era que el nombre viniese determinado en función de las distintas actividades que en ellas se desarrollaban, sobre todo si éstas eran de índole comercial. Ya desde tiempos de la Edad Media, era costumbre el congregar las distintas actividades en zonas determinadas, encontrando así diferentes calles gremiales conocidas como 'Esnategi Kalea' o Calle de la Leche, 'Aza-Kalezarra' o Calle Vieja de la Berza (o de las verduras) y así un largo etc. Fue con la inauguración de la Plaza Nueva en 1722 cuando el Ayuntamiento decidió que se regulara la venta de alimentos en la ciudad. Para ello se limitaron esas actividades a este nuevo espacio público y, a excepción de tres o cuatro comercios de la zona, o de los ubicados en los barrios extra-murales, su venta quedó prohibida en cualquier otro punto de las calles de la ciudad. A partir de ese momento y poco a poco, estos ancestrales y populares nombres irían desapareciendo del vocabulario popular para dar de nuevo cabida al empleo de las denominaciones más oficiales.

Para su disfrute, ya que en ellas se celebraban todos los acontecimientos festivos, nuestros antepasados donostiarras tenían dos plazas: La Plaza Vieja y la Plaza Nueva. La primera estaba frente a la Puerta de Tierra, y precisamente esa situación junto a la Puerta de Tierra hacía que el Gobernador militar tuviera potestad sobre la utilización por parte de los vecinos de ese espacio. Más adelante se construiría, demoliendo los edificios y reestructurando las calles del centro (más concretamente Calle Amasorrain y la primitiva Calle de Embeltrán), la Plaza Nueva, cuyos espacios bajo los nuevos soportales, pensados para facilitar el mercadeo en días de lluvia, fueron rápidamente ocupados y regentados por los mejores y más distinguidos comerciantes.

El interior de la Puerta de Tierra. 
(Maqueta obra de Aitor Egibar , actualmente en el Museo Historico del Monte Urgull)

El interior de la Puerta de Tierra.
(Maqueta obra de Aitor Egibar , actualmente en el Museo Historico del Monte Urgull)

Las Plazas de la ciudad eran:

  LA PLAZA VIEJA

Debido a su ubicación frente a la Puerta de Tierra y lindar además con tres cuarteles, los problemas entre el mando militar y el consistorio, en lo referente a los derechos para el comercio y la celebración de los festejos municipales, eran habituales. Así era la única plaza con la que contaban los Donostiarras hasta que el ayuntamiento terminó la que, efectivamente, sería conocida como la 'Plaza Nueva'.

Era esta plaza un punto clave, pues no sólo se trataba del lugar donde se ubicaba el mercado y se celebraban festejos y desfiles militares, sino que era el lugar donde estaban ubicadas la fuente pública y la principal entrada a la ciudad.

Por aquel entonces estaba localizada entre las calles Mayor y San Jerónimo. Su ubicación en la San Sebastián actual ocuparía la zona del Boulevard que hasta hace pocos años era conocida por los donostiarras como el “Reloj del Bule" y, entre otras características, es la única zona de la alameda con soportales, los cuales fueron construidos de 1818 a 1820. Los interesados pueden comprobar hoy día cómo la línea de fachadas de las casas está un poco remetida, buscando conservar más o menos la trazada de la antigua Plaza que allí se levantaba, aunque lo cierto es que su trazado original era mucho menos regular que el que se observa en la actualidad, con innumerables entrantes, salientes e incluso una variación enorme de su anchura dependiendo de en qué punto de ella nos encontrásemos.

De esa vieja plaza quedan hoy pocos vestigios materiales. El principal y aún hoy día visitable se encuentra en el interior de la Basílica de Santa María, sería el 'Cristo de Paz y Paciencia', que se encontraba en el lado interno de la Puerta de Tierra, justo encima de ésta.

El Cristo de la Paz y la Paciencia en la actualidad, custodiado en la Basilica de Santa María. Su antiguo emplazamiento, era el interior de la Puerta de Tierra.

 Las llamas arrasaron con todas la edificaciones de la Plaza que no estaban adosadas a la muralla en 1813, salvándose únicamente las que estaban al lado de la Puerta de Tierra, con sus traseras pegadas al lienzo defensivo. Estas casas, sin embargo, también fueron derribadas entre los años 1863 y 1864, al mismo tiempo que el cinturón fortificado de la ciudad en su frente de tierra.

LA PLAZA NUEVA

Una de las más queridas aficiones de nuestros antepasados Donostiarras eran sin duda las corridas de toros. Sin embargo el Gobernador Militar de la plaza, llevado por sus principios y apoyado por el aparato militar, decidió prohibir el uso de ésta para el disfrute de estos espectáculos. El ayuntamiento no se lo pensó dos veces y en 1715 replicó a tal acto comprando los solares del centro de la ciudad para acto seguido derribar las construcciones existentes.

Así, ya en 1718, el ingeniero militar Hércules Torelli proyecta la nueva plaza así como un ilustre edificio barroco cerrando uno de los lados de ésta, edificio que albergaría, además de la sala donde se reunían los miembros de la corporación, el Consulado y la Alhóndiga. Todo este proceso concluiría en el año 1722 cuando por fin se daría lugar a la inauguración de la que pasaría a conocerse como 'la Plaza Nueva'.

Ni que decir tiene que, con motivo de tal evento y entre gran regocijo, se celebraron corridas de toros.

Como ya he dicho, nuestros antepasados eran muy aficionados es clase de eventos, y así, de esta tradición tan arraigada en nuestro pasado se conserva actualmente la numeración en los balcones en la actual Plaza de la Constitución, herencia de la antigua Plaza Nueva. Estos miradores eran arrendados por el municipio, pues pese a haber mantenido la propiedad de todas las casas anteriores a 1810,  los elevados gastos que provocaba la situación de guerra del país forzaron al ayuntamiento a venderlas. Se guardaron, sin embargo, el derecho del uso de los balcones así como el del interior de los soportales. Mientras que el segundo caso no era especialmente relevante, sí lo era el primero: Cuán grande era el disgusto provocado a los vecinos de las casas, quienes a menudo se veían obligados a dejar pasar a extraños a través de su hogar para que estos contemplasen -y celebrasen- las corridas y festejos desde sus balcones.

Convendría destacar que el número de casas que rodeaban la plaza (descontando el nuevo Ayuntamiento) ascendía a veinticinco, por lo que todas ellas eran muy angostas y con muy poca fachada. Eso provocaba que las escaleras que daban acceso a las viviendas fueran muy estrechas, empinadas y mal iluminadas; y remataban la faena las habitaciones interiores más lóbregas y tristes que podáis imaginar: sus moradores estaban obligados a emplear luces artificiales básicamente a cualquier hora.

La actual Plaza de la Constitución ocupa aproximadamente el mismo lugar que la desaparecida en el incendio y, a excepción de la fachada de la Casa Consistorial así como las dos torres que se elevaban a sus lados, tanto sus dimensiones como su decoración son muy similares a las de la antigua.

Todo el conjunto descrito desapareció en el incendio de 1813. Las veinticinco casas que la rodeaban se quemaron completamente, así como el Ayuntamiento, cuya fachada se desplomó. Sólo quedaron en pie las paredes de su parte trasera y ambos laterales, pero tan dañados que tuvieron que ser derribados. En esta zona todo terminó desapareciendo hasta los cimientos.

La reconstrucción de esta plaza se inició con gran pompa y boato el 16 de Agosto de 1817 y se mantuvo el nombre popular de 'Plaza Nueva', hecho que perduró hasta el año 1820, en el que se cambió por el actual 'Plaza de la Constitución', en honor del régimen constitucional que se había implantado en España.

Nuestra entrañable Consti  había nacido.

 

PLAZUELA de los HERREROS

Era un pequeño espacio situado en la actual Plaza de Zuloaga o de San Telmo. Lo curioso es que conservaba su nombre gremial, muy típico de la Edad Media, siendo seguramente esa zona el lugar donde se concentró este tipo de establecimientos en tiempos anteriores a la Edad Moderna.

PLAZUELA de SANTO DOMINGO

Gracias a encontrarse junto a la Calle 31 de Agosto (Ojo: conocida entonces como 'Calle de la Trinidad'), esta plazuela sobrevivió al incendio y se conserva en el mismo estado que entonces. Su denominación actual es la de 'Plaza de Don Álvaro del Valle Lersundi', pero los donostiarras siempre la llamamos 'Kañoietan', seguramente como recuerdo de cuando el convento se empleó como Parque de Artillería. Cuenta Don Serapio Múgica en el prólogo de su libro 'Las Calles de San Sebastián', que los cañones del Cubo Imperial estuvieron alineados en este lugar durante muchos años, concretamente hasta la demolición de éste en 1863. Es por ello perfectamente posible que la mencionada denominación popular tenga su origen en ese hecho.

Hoy día no destaca demasiado pese a que entonces sí se trataba de un lugar de gran relevancia, pues daba directamente a la entrada del actual Museo Municipal o de San Telmo, convento por aquel entonces de los Padres Dominicos.

Pasemos a las calles que conformaban la ciudad y veámoslas una a una:

CALLE de la ZURRIOLA

Familiarmente llamada por los donostiarras como "txokua", era una de las calles documentadas más antiguas de San Sebastián (existe algún legajo que la cita ya en el año 1278 como foco inicial de un incendio). Era una calle horizontal y sombría (aunque los afortunados propietarios de las viviendas que superaban la muralla disfrutaban de magníficas vistas) y de anchuras variables que oscilaban entre los tres y cuatro metros aproximadamente. Comunicaba la calle de Santa Ana con la Trasera de la Iglesia de San Vicente, o, si se prefiere, con la calle de la Trinidad (A día de hoy esta calle ya no existe, sin embargo su trazada pasaría aproximadamente por medio del edificio de la pescadería de la actual Calle de San Juan).

Al tener sus casas adosadas a la muralla, la mayor parte de éstas fueron destruidas durante el bombardeo inglés, mientras que la zona restante, que correspondería a la parte trasera de San Vicente y que sí sobrevivió tanto al ataque como al posterior incendio de la ciudad (según se aprecia en el plano superior levantado por Ugartemendía), terminaría siendo demolida posteriormente para realizar el Ensanche Oriental.

Era una calle destinada a su uso como matadero, pues su ubicación facilitaba el poder deshacerse de los restos y desperdicios, y ya a partir del desastre de 1813 se añadirían barras provisionales en los solares (recordemos que la mayoría de sus edificios habían sido destruidos) para la venta y limpieza de carnes y pescados.

Plano de las casas existentes adosadas a la muralla de la Zurriola en el Plan General.

Foto de Fco. López Alén de la ya desaparecida calle. Las casas del fondo se salvaron de las llamas en 1813.

TRASERA de SAN VICENTE

Esta calle la englobo dentro de la Calle de la Zurriola y correspondería a los tramos finales que aparecen reflejados en la fotografía anterior.  Su mayor interés radica en que sobrevivió al incendio.

CALLE de SAN JUAN

Con total seguridad este nombre venía dado por la existencia de alguna estatua de este santo en algún punto del recorrido, sin embargo, tal y como aparece reflejada en el padrón de 1566, es muy probable que al menos uno de sus tramos se llamase antiguamente 'Calle del Maestre' o 'Maese Lope', aunque por otro lado, el mismo documento no termina de precisaron exactitud si tal tramo podría ser perteneciente a la calle San Juan, a la de la Zurriola o a otra llamada Calle de Santa Catalina. La verdad es que no puedo asegurar cuál es la correcta, por lo que me gustaría, con vuestro permiso, dejarlo en tus manos, y que seas tú quien saque saque las debidas conjeturas. Además de lo anterior, también se recoge el término de "Calle de los Toneleros", seguramente a consecuencia del agrupamiento gremial de estos profesionales en épocas anteriores.

De todos modos, la Calle San Juan que nos interesa, la que existía en 1813, era una calle larga que comunicaba la Iglesia de San Vicente con la calle del Pozo, ya junto a la muralla del frente de tierra. Era angosta, de anchuras que variaban desde los 9 a los 20 pies, es decir, desde tres a nueve metros, y más estrecha en su parte más cercana a la iglesia. Contaba con buenas casas, pero muy alargadas y estrechas, característica general en todas las construcciones de la ciudad.

Actualmente, la calle de San Juan mantiene más o menos su trazado, aunque es más corta que la antigua. La de nuestros días termina en la Plaza de la Brecha, mientras que la anterior llegaría hasta el actual Boulevard, donde moría en las murallas del Frente de Tierra, añadiendo una sección que desaparecería completamente a consecuencia del fuego de las baterías aliadas y del posterior incendio.

CALLE de NARRICA

Contando con un trazado algo curvo que unía la Calle del Pozo (tramo que algunos autores todavía asocian a la Plaza Vieja), con la de la Trinidad y manteniendo actualmente el mismo trazado con muy pocos cambios, esta calle ya figuraba en el padrón municipal de 1566 y en las ordenanzas de 1630 con dos denominaciones diferentes: Una la consabida de 'Narrica', y la otra de 'San Vicente'. Además, podemos afirmar con seguridad que tanto en la Edad Media como en los albores de la Moderna, era más conocida por el nombre de 'Esnategi Kalea' o Calle de la Leche, pues así es como aparece en un documento fechado el año 1464.

Era una de las principales calles de la ciudad, en la que destacarían la Iglesia de San Vicente y el acceso a la Plaza Nueva por sus dos entradas del lado Oeste, y, para los amantes de lo misterioso, me permito añadir que esta calle daba luz a un oscuro callejón, lo bastante ancho como para permitir el paso a una sola persona y que representaba un punto negro en la seguridad de los donostiarras de antaño. Parece ser que ni la guardia urbana era propensa a patrullar por esa callejuela, conocida más concretamente como 'Callejuela del Pozo' y que veremos más adelante.

El nombre de 'Narrica', según indica el historiador Banús en su obra 'El San Sebastián de Antaño', seguramente derive del gascón, naciendo del nombre 'Doña Enriqueta' y que, tras el paso de los años, se quedó sólo en 'na Rica'. Podemos añadir, y el siguiente dato es recogido por Don Serapio Múgica, que esta señora pertenecía a la ilustre familia de los Engómez, de gran importancia en la Edad Media donostiarra como prebostes de la ciudad, cuya casa torre se situaba precisamente al comienzo de esta vía, haciendo esquina con la de Embeltrán, cargo que, hereditario dentro de la familia, comenzaría a mediados del siglo XV con una merced del Rey Enrique IV a Miguel Martínez de Engómez.

Esta calle desapareció casi completamente en el incendio, quedando en pie la Iglesia de San Vicente y algunas de sus fachadas, aunque estas últimas en muy malas condiciones. Se tomó en consecuencia la decisión de derribar los esqueletos de estos restos, pues sus continuos desprendimientos llegaron a ocasionar dos muertos entre los viandantes.

Las dos fotografías de abajo nos muestran la calle actual, no la existente el año 1813, pero creo que es interesante exponerlas aquí para trasladar al lector esa sensación claustrofóbica que tenía que ocasionar el estar rodeados de murallas. Si nos fijamos bien además en el final de la calle, veremos una imponente pared de piedra, perteneciente a la muralla del siglo XVI y que fue derribada en 1863.

Fotografías de la nueva calle Narrica tomadas el año 1860, con la muralla al fondo.
(Fco. López Alén).

CALLE de SAN JERÓNIMO o de las ESCOTILLAS

A esta calle se la cita en las ordenanzas de 1630: "Que la calle de las Escotillas empezaba en el portalejo de San Jerónimo y finaba en las esquinas últimas que llegaban a la Calle de la Trinidad, frontero de la Compañía de Jesús (…) ". Durante algún tiempo, según aparece en un documento el año 1549, también se la denominó como 'Calle de la Tripería', seguramente por encontrarse en ella el lugar que se destinaba a tales menesteres. El nombre de 'Escotillas' venía de la alineación de su adoquinado, que simulaba las escotillas de un buque, mientras que el nombre de 'San Jerónimo' podía deberse de nuevo a la existencia de una estatua del santo, ubicado bajo un arco escarzano que, a modo de puerta, daba acceso a esta calle desde la Plaza Vieja.

Era una calle larga, irregular en la zona central y estrecha, con una anchura que variaba entre los dos metros y medio y tres metros y medio, lo que hacía que estuviese mal iluminada y, por tanto, adoleciese de humedades. Además, no sólo era una de las calles más bajas de la ciudad, lo que la convertía en el destino de todas las aguas pluviales, sino que su situación se veía agravada por la existencia de una alcantarilla que transcurría por todo su recorrido, aumentando considerablemente la de por sí ya elevada insalubridad del lugar. Sin embargo y pese a todo, no sólo debía de ser una calle bastante transitada, sino que debido a una estratégica posición junto a la Puerta de Tierra, sus pisos -pequeños, húmedos y fríos- se cotizaban mucho.

Desapareció completamente en el incendio, quedando reducida a una espantosa escombrera.

CALLE MAYOR

Figura con este nombre en las ordenanzas de 1630, pero no en el padrón de 1566. Muy probablemente era denominada de dos maneras, una como la ya mencionada 'Calle Mayor' y la otra podría ser 'Calle de Santa María'. En una nota de 1489 se da noticia del incendio de la ciudad y de que éste se inició en la Calle Mayor o de Santa María. Más tarde en 1630, se la denomina en una ordenanza como 'Calle de Santa María que es mayor', pero en el plano de Ugartemendía, en el que se representa la ciudad de antes del incendio, se dibujan por un lado la Calle Mayor y por otro se dibuja otra calle diferente, llamada de Santa María, en la subida al Castillo. Estos detalles son sin embargo nimiedades, ya que hay que pensar que la denominación de una calle puede cambiar de un plumazo, normalmente a voluntad de los vecinos.

Era una de las calles más importantes, ya que además de comunicar la Plaza Vieja con la Iglesia de Santa María, contenía la mayoría de palacios y casas de personajes ilustres de la ciudad. De entre estos palacios podríamos destacar el de los Idiáquez, conocida familia donostiarra de la que tuvo a cargo uno de sus miembros el fundar el Convento de San Telmo. En dicho palacio se hospedaron nada menos que cuatro Reyes, a señalar sus Majestades Felipe III, IV y V por parte de España, y Francisco I por parte de Francia.

Un curioso detalle sería el que se encontrara cortada al tráfico rodado en su zona más cercana a la iglesia de Santa María, porque terminaba en una escalinata que daba acceso al atrio de ese templo. Esta característica arquitectónica hacía que estuviera incomunicada para los vehículos de la época con la Calle Trinidad, lo que acarreaba, para solaz y descanso de sus moradores, un menor ruido de tránsito de mercancías, pero entorpecía al mismo tiempo las comunicaciones internas de la ciudad, haciéndose imprescindibles muchas vueltas y rodeos para avanzar realmente unos pocos metros.

La actual Calle Mayor conserva el trazado con pequeñas variaciones. La antigua desapareció completamente en el incendio de 1813 tras derribar posteriormente las pocas paredes que quedaron en pie por resultar del todo inservibles.

CALLE del CAMPANARIO

 En las ordenanzas de 1630 no se la menciona con este nombre. Se la nombra como "desde la casa de Nicolás Orendain, hasta llegar al campanario de Santa María ", nombre que se origina precisamente en un campanario que coronó una antigua casa torre durante los siglos XIII y XIV. Esta edificación, que fue utilizada como cárcel pública y pertenecía al conjunto de la iglesia de Santa María, estaba rematada con un campanario en su parte superior, realizado a modo de aguja con cuatro espadañas o pirámides en sus dos lados.

Aunque esta torre tuviese la suerte de sobrevivir al incendio, quedó muy agrietada a consecuencia de unos temblores de tierra posteriores, y así, ante el riesgo de derrumbe que suponía, el Ayuntamiento resolvió derruirla el 4 de Junio del año 1817 y recicló su mampostería para la construcción de varias casas en la actual Avenida del Boulevard.

Su comienzo arranca en el mismo punto que el de la Calle Mayor, uniendo en su zona más baja la Plaza Vieja y siguiendo con el convento de Santa Teresa tras una fuerte subida para terminar descendiendo ya en la falda del monte Urgull. Su trazado era muy irregular, en el que destacaba una fuerte curva que rodearía lo que actualmente es la Plaza de Lasala.

Era el camino de comunicación más directo entre los cuarteles de la Calle Igentea y de la Puerta de Tierra con el Castillo, lo que la convertía en la ruta más utilizada por los militares para el transporte de las piezas artilleras y demás avíos. A pesar de la estrechez y angosturas que presentaba, sus casas tenían fama de ser buenas y cómodas. No era sin embargo un recorrido recomendable a ciertas horas de la noche, pues al discurrir por debajo de varios edificios construidos en superficies más altas, algunos tramos de su recorrido se efectuaban bajo túneles o galerías.

Aspecto de la calle Campanario hacia 1800, recreada en la publicación

Aspecto de la calle Campanario hacia 1800, recreada en la publicación "El Campanario Puerta Torre de Santa María de San Sebastián", del equipo dirigido por J.J. Pi Chevrot.

CALLEJUELA de PERUJUANCHO

No aparece en el padrón de 1566, pero sí en las ordenanzas de 1630 y en ellas  se la cita como "Entrando en la callejuela que llaman de Perujuanchu, y en todo por las espaldas de las casas principales de Peru (...)".

Este callejón que perfectamente podríamos calificar como 'belena', comenzaba casi a la entrada de la calle del Campanario, en su tramo más próximo a la Plaza Vieja, mediante un arco que nos introducía a una callejuela estrechísima, hasta el punto que al otro extremo de la misma, bajo una galería formada por los pisos de la casa que la cerraba, solamente dejaba espacio para el paso de una sola persona.

Con seguridad podemos afirmar que el nombre le viene de una casa que se construyó en la calle Mayor por Juan Martínez de Oyaneder. Era éste un edificio muy caprichoso, en estilo plateresco, con gran profusión de adornos y figuras y en cuya fachada lucía grabada la siguiente frase: "Pedro Martínez de Oyaneder me fecit, 1530 ". Bien, ya se llamase Pedro, Juan o Pedro Juan, se le acabó recordando como Perujuancho, dando así denominación a la callejuela que se localizaba tras semejante caserón, sin duda la edificación más destacada del entorno. Este detalle ha sido estudiado por innumerables historiadores de todas las épocas, entre los que me gustaría destacar al Doctor Camino, cronista de nuestra ciudad.

Tanto esta calle como la del Campanario desaparecieron completamente a consecuencia del incendio de 1813.

CALLE NUEVA

Era ésta una calle algo triste, corta y oscura, en la que incluso las casas eran pequeñas y de mala calidad. Nacía en el Arco de Santiago, situado en la bocacalle del Puyuelo Alto, y moría en unas arcadas que la unían a la Calle del Campanario, así como en un pequeño callejón sin salida que continuaba unos metros más allá de estos. Su anchura era variable, pasando de los siete pies en la parte más estrecha, a los 14 o 16 en la más ancha.

Al igual que otras tantas, desapareció completamente en el incendio.

CALLEJUELA del ÁNGEL

La existencia de esta calle que tampoco sobrevivió a los eventos de 1813 no aparece recogida en ningún documento hasta la segunda mitad del siglo XVII, y su nombre seguramente se debiera a la existencia en algún momento de la figura de un ángel colocada en alguna parte de su trayecto. Era una calle corta y de complicado trazado, poco aireada, malsana y sucia y de casas pequeñas. Arrancaba desde el Arco de Santiago y terminaba en la cuesta de la Calle Mari o subida al Campanario. En su parte central tenía unas escaleras que daban acceso a la Calle del Frente del Muelle y por ende a la Puerta del Muelle o Portaletas. Su anchura oscilaba desde los cinco pies y medio hasta los catorce.

                                   CALLE del FRENTE del MUELLE

Esta calle, ilocalizable con ese nombre en los  padrones de 1566 y 1630, tenía un trazado que coincidiría casi completamente con el de la actual Calle Mari. Nacía en la parte baja del Monte Urgull, desde la que descendería hasta la Puerta del Muelle, y ya desde allí, tras un trazado más horizontal, continuaría hacia la Calle Igentea.

Su anchura no era regular, pues iba desde los 12 pies, es decir, casi tres metros y medio en su tramo más cercano al castillo, a los 36 pies en su parte más ancha, o lo que sería lo mismo, algo más de diez metros. Sus casas eran pequeñas y de mala calidad, y estaban cortadas en su zona media por un escalera pública que unía esta vía con la Callejuela del Ángel. En esta zona había varios edificios públicos, hecho que unido al de la cercanía del puerto y a pesar de no contar con una correcta comunicación con el resto de la ciudad, le daba bastante vida pública. El problema era que las mercancías no podían llegar directamente hasta el centro del casco urbano, pues la calle del Campanario, que estaba más alta, bloqueaba esta posibilidad.

Esta calle no logró sobrevivir ni a los bombardeos artilleros ni a los efectos del incendio, así que tras el derribo de los pocos restos que quedaron en pie, se procedió a su reconstrucción incluyendo un acceso a la Calle del Puerto, un paso que permitiría el acceso de los mercaderes y sus posesiones a la ciudad directamente desde el muelle.

CALLE de IGENTEA

Es una de las calles más antiguas de la ciudad, y aunque no aparece mencionada con ese nombre en el padrón de 1566 ni en el de 1630, sí que se la menciona como "en el Engente" en un escrito de Octubre del año 1570 . Así mismo y ya entrados en el Siglo XVI, también aparece en otros documentos bajo denominaciones como "en el Enginte" o "Calle del Enjinte" y, ya para 1597, la podremos localizar como "Calle que llaman de la Torre del Ingente", concepto que vendría de la deformación que sufre la palabra "engins", es decir 'ingenio' o aparato de guerra, muy empleada sobre todo a partir del siglo XI.

En esta ubicación encontraríamos la Torre del Ingente, es decir, podría ser un lugar en el que residiese el encargado del mantenimiento de esos aparatos o, dada la importancia de su posición al ocupar una de las esquinas de la muralla, que se tratase de la ubicación de alguno de estos 'ingenios'.

Más o menos situada a la altura del Palacio de Goikoa, frente al actual Ayuntamiento, nacía a continuación de la Calle del Frente del Puerto para morir en la Calle del Cuartel. Sus edificios eran bastante buenos, destacando el Cuartel del Presidio. La división entre esta calle y el nacimiento de la del Cuartel lo marcaba una escalera que las comunicaba con la calle del Campanario.

Su anchura no era en absoluto regular. En la parte más estrecha y cercana a la puerta del muelle, tendría unos cinco metros aproximadamente, lo que dificultaba mucho el paso de las mercancías desde el puerto a la ciudad, sobre todo si tenemos en cuenta que esa era la ruta de descarga más utilizada por nuestros antepasados.

A excepción de los edificios adosados a la muralla, casi todos militares y según el plano de Ugartemendía, esta calle no sobrevivió a los efectos del incendio de 1813, sin embargo Don Serapio Mújica afirma que estas edificaciones militares tampoco sobrevivieron al desastre.

CALLE del CUARTEL

Era la calle que comunicaba la calle Igentea con la Plaza Vieja de la ciudad y discurría adosada a la muralla de Tierra, contando así en sus inmediaciones con los cuarteles de San Roque y del Presidio, punto este último en el que se situaría la única rampa de acceso desde la calle a la sección superior de la muralla y que se emplearía para el traslado de piezas artilleras. Sin embargo se trataba de una pronunciada pendiente que obligaba a los militares a ingeniarse otras soluciones, como grúas y otros inventos, métodos que resultaron terminar siendo muy peligrosos, incluso fatales, para los desafortunados soldados que las operaban.

Al igual que el caso anterior y según Ugartemendía, del incendio solamente se salvaron las estructuras de uso militar, mientras que Don Serapio Múgica, al contrario, afirmaría que de esta calle tampoco quedó absolutamente nada.

CALLE del POZO

Ni en el padrón de 1566 ni en las ordenanzas de 1630 se verá reflejada con ese nombre, pero el hecho de que su existencia fuese anterior a esas fechas viene corroborada por un documento de 1433 en el que se nos habla del incendio que sufrió la ciudad, y que se originó en las casas cercanas al pozo de las herrerías, zona en la que se encontraban agrupados los establecimientos dedicados al trabajo del metal y cuyo bautismo haría uso de lo que ya hemos ido conociendo como 'denominaciones gremiales'.

Este pozo en particular, muy utilizado por todos los donostiarras para limpiar el pescado, tenía la fama de mejorar el sabor y propiedades de los alimentos. Hasta tal punto se hizo popular tal teoría que incluso el propio Ayuntamiento llegó a cobrar un arbitrio por realizar labores en el pozo. Lamentablemente nunca podremos llegar a confirmar tal cosa, pues cuando se derribaron las murallas en 1863 y 1864, éste quedó definitivamente cegado.

Comunicando la Plaza Vieja con la Calle San Juan, esta calle discurría paralela a toda la muralla del "Frente de Tierra", y contaba con la presencia de un cuartel así como la de un enorme Almacén Real que llegaba hasta la misma calle de la 'Iguera' (nota: esta calle aparece en todos sus registros sin 'h'). Los muros del Frente daban protección a varias casas civiles que se encontraban adosadas a estos y que, pese a lograr sobrevivir al desastre de 1813, conocerían su final en los años 1863 y 1864  en el derribo de todas las fortificaciones del Frente de Tierra, hecho que proveería el espacio necesario para lo que actualmente conocemos como la 'Alameda del Boulevard'.

Las casas de la calle del Pozo adosadas a la muralla del frente de tierra. En esta imagen, anterior a 1863, se aprecian la parte superior de esta colosal fortificación así como, más adelante, el semibaluarte de Santiago.
Foto del álbum de Fco. López Alén.

Las casas de la calle del Pozo adosadas a la muralla del frente de tierra. En esta imagen, anterior a 1863, se aprecian la parte superior de esta colosal fortificación así como, más adelante, el semibaluarte de Santiago.
Foto del álbum de Fco. López Alén.

CALLE de EMBELTRÁN

De las más amplias de la ciudad, era una buena calle que unía la Mayor con la de Narrica, estando cortada por la de San Jerónimo.

Conviene recordar que, tal y como se cita más arriba en este documento, anteriormente existió otra calle con ese nombre que desapareció con la construcción de la Plaza Nueva en 1722. Aquella calle fue fruto de una reforma que se hizo en el antiguo "Callejón del Preboste del Rey", que fue suprimido pasando de este modo el nombre de Embeltrán. La calle que nos interesa era casi totalmente horizontal, con una ligera pendiente que descendía hacia San Jerónimo construída a finales del siglo XVIII.

Su nombre nos recuerda la importancia que tienen en la historia de nuestra ciudad los continuos contactos con poblaciones gasconas. Por eso, su correcta nomenclatura sería 'Enbeltrán', ya que las partículas 'En' y 'Na' no son sino contracciones de las palabras 'Mossen' y 'Dona', que en el antiguo idioma gascón se ponían delante de los nombres de personas de cierta importancia. Por este motivo la calle Embeltrán, o más correctamente Enbeltrán o de Beltrán, lleva este nombre por haberse situado en ella el Palacio de Don Beltrán de la Cueva, III Duque de Alburquerque y a la sazón Capitán General de Guipúzcoa en 1522. Este personaje fue quien ganó a los franceses la batalla de San Marcial, a la par que trabajó mucho para la mejora y desarrollo de las fortificaciones de San Sebastián.

La calle sucumbió totalmente al incendio, teniendo que derribarse las fachadas de varias de sus casas que habían logrado mantenerse en pie.

CALLE de ATOCHA o de la IGUERA

Esta calle era la continuación de la de 'Embeltrán' y finalizaba al comunicarse con la de San Juan. Seguramente deba su nombre a la existencia en algún momento de una higuera, aunque este hecho carece de pruebas que lo corroboren. Por otro lado, una de las secciones de la calle estaba cubierta y recibía la denominación de Atocha, sin embargo esta denominación no aguantó el paso del tiempo y el nombre que terminó prevaleciendo finalmente el de la 'Iguera' (nota: esta calle aparece en todos sus registros sin 'h'). Sobre el origen del nombre de Atocha hay dos teorías: Una es que se la denominó así por la presencia de una imagen de la virgen en su cruce con la calle Narrica y que hoy día, a pesar de lo que creían los lugareños, sabríamos que no era realmente la virgen de Atocha, sino la Virgen de la Piedad. Pero es más probable que el motivo que originó este nombre se deba a una persona que viviese en ella: Don Pascual de Atocha, quien figura en unas escrituras de 1665.

En el padrón municipal de 1566 no aparece, aunque sí lo hace en el de 1630 bajo el nombre de 'calle de la Iguera'. A pesar de esto, su antigüedad debía ser enorme, pues es bien sabido que un incendio que sufrió la ciudad en el año 1361 comenzó en este mismo lugar. Su trazado discurriría más o menos por lo que es actualmente la Plaza de Sarriegui, por lo que ni que decir tiene que fue otra de las pérdidas en el incendio.

CALLE de ESTERLINES

Era una calle antigua que ya aparece mencionada en los padrones de 1566 y 1630, en ambos casos bautizada como Calle de los Esterlines.

Era una calle estrecha, de entre tres metros y medio y cuatro y medio de ancho, que unía la Calle de San Jerónimo con la de Narrica y cuyas casas no sólo eran estrechas y mal iluminadas, sino que además sus vecinos estaban obligados a soportar el hedor que suponía tener en su recorrido la pescadería de la ciudad.

Su nombre se debe a un antiquísimo hecho comercial donostiarra que fue estudiado en el siglo XIX por Don Pablo de Alzola: Por lo visto la ciudad tenía contactos con la Liga de la Hansa, cuyos componentes eran conocidos popularmente como 'hanseáticos' o 'esterlines', por lo tanto, el hecho de que esta calle haya sido nombrada de esta manera nos da a entender que la mencionada liga tuvo en ella una de sus sucursales. Por otro lado, Juan Ignacio de Gamón, en su libro "Noticias históricas de Rentería", nos habla de la existencia de dos cuentas del año 1266 en las que se menciona cómo los comerciantes se acercaban hasta San Sebastián para hacerse con las monedas llamadas esterlines.

Desapareció completamente en el incendio.

CALLE de SAN LORENZO

Aparece su nombre reflejado por primera vez en las ordenanzas de 1630, con el nombre de "Lorecio", sin que se pueda asegurar la procedencia exacta de esta denominación;  podría deberse a alguna referencia al santo o a algún particular que la habitó.

Unía la Calle Narrica con la de San Juan, a modo de continuación de la de Esterlines, y sus características eran muy similares a la anterior, es decir, se trataba de una calle secundaria  con edificios muy angostos, oscura y malsana. Como dato positivo al menos cabría añadir que estaba un poco elevada con respecto a la de Narrica y San Juan, por lo que no tenía problemas de acumulación de aguas pluviales. Su anchura varaba de los 11 a 14 pies, es decir, entre tres metros y medio y cuatro y medio de espacio.

No sobrevivió al incendio de 1813.

CALLE del PUYUELO

La calle del Puyuelo -o del Poyuelo- era una de las calles más antiguas de la ciudad. Aparece mencionada en el año 1338 como lugar donde comenzó un incendio que asoló la ciudad en esas fechas, y también se la cita en la ordenanzas de 1489, así como en el padrón de 1566 y en las ordenanzas de 1630.

Esta era la vía más larga de la ciudad de San Sebastián. Comenzaba junto al puerto en el Arco de Santiago y la cruzaba completamente hasta el comienzo de la calle Santa Ana, junto a la muralla de la Zurriola. El tramo más cercano al puerto era conocido como "Puyuelo Alto", con un gran desnivel que lo hacía dificultoso para el tránsito de mercancías, y terminaba en el cruce con la Calle Mayor, momento en el que pasaría a denominarse "Puyuelo Bajo", siendo este tramo el que llegaría hasta el otro extremo de la ciudad, no sin antes cruzarse con la calle de San Jerónimo y en la que, como hemos visto más arriba, eran habituales las indundaciones por ser receptáculo habitual de aguas pluviales.

Al tramo comprendido entre las calles San Juan y Narrica se le llamaba popularmente "Bildosola". Esto se debía a la presencia en este punto del palacio de Bildosola, ante el que se paraba todos los años la procesión de Nuestra Señora del Coro, ya que su dueña, una mujer impedida, era la que había donado los ángeles de plata que adornaban el paso.

Investiguemos de donde nace ese nombre. Lo primero que tenemos que hacer es volver a buscar en la palabra Puyo su origen gascón. Puyo derivaría de la palabra gascona Puy, que significa montaña. De esa forma y sabiendo que esta calle en su parte más cercana al muelle subía por una cuesta a una de las partes más altas de la ciudad, es lógico que de ahí heredase su nombre, declinándolo en Puyuelo de un modo cariñoso, como quien en vez de decir mozo, dijese mozuelo. Era éste era un concepto utilizado en esta región con bastante asiduidad, pudiendo encontrarlo, por ejemplo, en un documento de 1565 haciendo referencia a la venta de una huerta en el barrio de Santa Catalina, en la que se especifica que ésta linda con los puyos o arenales.

La calle no era mala para vivir. Sus edificios eran de cierta calidad y su altura variaba desde los 17 a 22 pies, es decir, entre 5 y 7 metros aproximadamente. Sin embargo conviene señalar la presencia de un edificio dedicado al reparto de carnes, por lo que los olores en la zona no debían de ser muy agradables, por no mencionar que los carniceros tenían que transportar las piezas enteras desde el matadero de la Zurriola a sus espaldas, con los consiguientes atascos y molestias al vecindario.

Desapareció completamente en el incendio de 1813.

CALLE de SANTA ANA

Esta calle no aparece recogida ni en el padrón de 1566 ni en las ordenanzas de 1630 y seguramente deba su nombre a alguna imagen de la santa que se situó en algún punto de su trazado.

Era una calle muy corta que empezaba en la de San Juan y en cuya zona central se podía acceder a la Calle de la Zurriola, terminando así en el muro homónimo. Actualmente su trazado recorrería aproximadamente la fachada del edificio de la Pescadería.

Cuando los ingleses tomaron la ciudad, una de las primeras cosas que hicieron fue fortificar los alrededores de la brecha a partir del antiguo trazado de esta calle, perdurando de esta manera -como terrenos militares- todos los solares que se extendían hasta el Frente de Tierra, comprendiendo lo que actualmente sería la Plaza de la Brecha. Más adelante, en 1863 y con motivo del derribo de las murallas, surgirían numerosos pleitos entre los antiguos propietarios de los solares de esta zona y el estamento militar, que se negaba a dar las indemnizaciones pertinentes.

Desapareció completamente en 1813, pero no a consecuencia del incendio, sino de los efectos de la artillería aliada, muy enconada en esa región al encontrarse justo en la zona de asalto.

CALLEJUELA de URETA o del POZO

No hay que confundirla con la Calle del Pozo.

Ocupando lo que hoy día sería la Calle Pescadería, esta callejuela unía las Calles Narrica y de San Juan, y seguramente sea la misma que aparece en diversos documentos con denominaciones como "de Ferrer" o "Falcorena". Era de trazado irregular, con el tramo más cercano a Narrica discurriendo cual galería bajo los pisos de las casas. Todo esto le daba fama de insegura y peligrosa por lo oscura y escondida que estaba, y era además tan estrecha que sólo permitía el paso de una persona a la vez. Su nombre se lo debe a la existencia en ella de un antiguo pozo en el extremo más cercano a la calle San Juan.

Desapareció completamente en el incendio.

CALLE de IÑIGO

Antiguamente, según se lee en el padrón de 1566 y las ordenanzas de 1630, se la denominaba como calle "de Embeltran", nombre que desapareció cuando entre 1715 y 1722 se modificó el centro de la ciudad para abrir la Plaza Nueva, dando a luz esta calle. Su nombre derivaba, casi con toda seguridad, de la existencia de algún Iñigo entre sus moradores, desafortunadamente no se tienen noticias ni mayor constancia sobre él.

Estaba dividida en dos tramos separados por la plaza, teniendo por un lado el comprendido entre la Calle Mayor y la Plaza Nueva y que se denominaba 'Iñigo Alto' o 'De la Cárcel', mientras que por el otro lado discurriría el tramo conocido como 'Iñigo Bajo' e iba desde la Plaza Nueva hasta la Calle de la Zurriola.

La sección denominada 'Iñigo Alto' comprendería en la actualidad la Calle Puerto y era la mejor de las dos: la calidad de sus casas y la anchura de la vía, de unos veinte pies -o seis metros- la hacía muchísimo más espectacular. Además, se abría al finalizar su recorrido dando lugar a una bella plazuelita en la Calle Mayor.

El de Iñigo Bajo era sin embargo un tramo más triste y menos suntuoso, y su anchura era bastante más angosta: Aproximadamente 10 pies o lo que serían casi tres metros de ancho. Pese a que esta sección aún conserva su nombre y recorrido, ninguno de los dos tramos sobrevivió al incendio.

CALLE de JUAN de BILBAO

No aparece mencionada en el padrón de 1566, aunque sí lo hace en las ordenanzas de 1630.

Unía la Calle de San Jerónimo con la de Narrica. Era recta y estrecha, de hecho con los dos metros a los tres y medio de anchura con los que contaba no era precisamente cómoda, además estaba muy deficientemente iluminada y peor aireada, por lo que lógicamente era una de las calles menos transitadas.

El origen de su nombre es una incógnita para la que no se puede aseverar ninguna teoría plausible, y la ausencia de algún personaje con ese nombre en los padrones o libros parroquiales donostiarras no ayuda lo más mínimo, aunque ese hecho tampoco es indicativo de que en algún momento no morase alguien con ese nombre en esa calle. Lo que sí logró Don Serapio Múgica fue encontrar uno en Vitoria bajo el nombre de “Juan de Vilbao”, cuya historia familiar es triste y a veces hasta dramática, pero en la que no me voy a extender por creer que nos alejaría de la razón de este trabajo. De todas maneras si hubiese algún interesado, le aconsejo que consulte el libro de Don Serapio Múgica 'Las Calles de San Sebastián', más concretamente las páginas 74 y 75.

Ya durante el siglo XIX pasó a tener dos denominaciones, por un lado la denominación de tipo gremial 'Ikatz Kalea' o Calle del Carbón, debido a las actividades relacionadas con esta industria, y por el otro la oficial, Juan de Bilbao, manteniendo el nombre y trazada originales.

No sobrevivió al incendio de 1813.

CALLE de SAN VICENTE

Aparece por primera vez mencionada en el padrón de 1566, en el que se dice textualmente "la calle Denbeltrán con la acera de San Vicente". En las ordenanzas de 1630 no aparece como calle, pero sí se hace referencia a los edificios inmediatos a la iglesia del lugar, que fue a la sazón el único edificio de ese recorrido que sobrevivió al incendio.

Unía las Calles Narrica y San Juan y, gracias a que uno de sus lados lo constituía el atrio de la iglesia de San Vicente, era uno de los paseos más anchos y aireados de la ciudad.

CALLE de la TRINIDAD

El nombre de esta calle ya viene mencionado en el padrón de 1566 y en las ordenanzas de 1630.

Su recorrido comenzaba en el atrio de Santa María y terminaba junto a los edificios adosados al lienzo de la Zurriola. Muchos historiadores afirman que se denominaba de la Trinidad por albergar tres edificios religiosos: Santa María, San Vicente y San Telmo, pero esto no es del todo correcto, ya que el nombre era anterior a la edificación de este último convento. Así mismo, el de Santa Teresa y el Colegio de los Jesuitas se edificaron también a posteriori, por lo que tampoco pudieron influir en la denominación, por lo que lo más probable, según Don Serapio Múgica, fue que este nombre se debiera a alguna efigie que existió de la Santísima Trinidad, costumbre que muy común por otro lado la de llenar los caminos de símbolos religiosos en aquellos tiempos y que hemos podido ir comprobando con cierta asiduidad a lo largo de este documento.

Su trazada es recta y su anchura es de las mayores de la ciudad, variando según el lugar que escojamos entre los 20 o 30 pies, es decir, entre seis y nueve metros. Tenía el inconveniente de que la escalinata del atrio de Santa María impedía el tránsito de vehículos desde la calle Mayor, característica que le restaba la importancia que por su ubicación en pleno centro merecía. Por si no fuese suficiente con ese problema, se le tendría que añadir el de la acumulación de serios lodazales procedentes de las laderas del monte Urgull durante los días de cierta lluvia.

En su recorrido situaríamos la Plazuela de los Herreros y la Plazuela de Santo Domingo, esta última dando acceso a la entrada al convento de San Telmo, en la que residía la orden dominica. También llegaríamos a la Callejuela de la Cárcel, que como su nombre indica, sólo la frecuentaban los interesados y sus familias y, ya pasada la iglesia de Santa María y salvado su atrio, nos quedaría la subida al castillo, ascenso dominado por el Convento de Santa Teresa y que no incluiré como parte de esta calle.

La línea de edificios que da al monte es la que se salvó del incendio, al constituir la primera línea de fuego contra las cercadas tropas francesas. Una vez rendidas éstas, sirvió para albergar a la oficialidad británica y a parte de la tropa portuguesa. Mientras que algunas de las casas han sido completamente reformadas, otras aún nos siguen mostrando el sabor de antiguos tiempos. Frente a la mencionada línea y más alejada del monte, quedaría la segunda fila de casas, que no pudo evitar quedar completamente destruida por las llamas. Sus fachadas, mantenidas en pie tras el incendio, fueron a nuestro pesar derribadas para evitar posibles desgracias.

El 26 de Septiembre de 1877 y a petición del Sr. Alcalde Don José Antonio Tutón, la 'Calle de la Trinidad' vio su nombre cambiado por el de 'Calle del 31 de Agosto', alegándose al respecto que al no existir en esos tiempos el Convento de San Telmo -en aquel entonces cuartel de artillería- el nombre de Trinidad ya no tenía razón de ser. Se pretendía así cambiar su denominación en recuerdo de todos los hechos y desgracias que sufrió nuestra ciudad de San Sebastián.

Toda la fila de casas que se aprecia a la izquierda de la imagen se salvó del incendio.

Las mismas fachadas de la fotografía anterior, pero esta vez orientando la foto desde el lado contrario.

Adosada a la basílica de Santa María, esta línea de casas también se libró de las llamas.

 CALLEJUELA de la CARCEL

Esta estrecha y retorcida calle comunicaba la Calle de la Trinidad con las antiguas dependencias de la cárcel Municipal, que se encontraban en lo que actualmente sería la Plaza Trinidad. Lo cierto es que la calle sobrevivió al desastre de 1813, pero las reformas posteriores que fueron llevándose a cabo esa zona terminaron por borrarla del mapa.

CALLEJÓN o CALLEJUELA de SANTA CORDA

Con una existencia ya reflejada desde el año 1516  y que ha sobrevivido hasta la actualidad, esta callejuela discurre paralela al convento de San Telmo, localizándose entre éste y la actual calle del 31 de Agosto. Lamentablemente sigue siendo igual de oscura, húmeda e insegura que entonces.

  CALLE DE SANTA MARÍA

Existe una escritura del año 1616, recogida en la obra de Don Serapio Múgica, en la que se mencionan por primera vez "unas casas cabañas que yo tengo en la acera que va del campanario de la iglesia parroquial de Santa María para ir al muelle a mano derecha", es decir, que unían la Calle del Frente del Muelle con la subida al Castillo.

Su actual nombre es de Calle de la Virgen del Coro y afortunadamente sobrevivió al desastre de 1813, gracias a lo cual podemos admirar en ella el edificio civil más antiguo de la ciudad, conocido como "Casa de los Holandeses", denominación derivada de su construcción claramente inspirada en ese estilo tan característico. Los más avezados lograrán ubicar además restos de otras antiguas casas y torres, de gran importancia en otras épocas pasadas, como la que presidía el flanco de la Iglesia de Santa María tuvo que ser derribada a causa de un terremoto que sufrió la ciudad.

La segunda de las casas a la izquierda es que se conoce como de los holandeses, mientras que en el centro podemos apreciar la torre de la iglesia.
Este dibujo aparece en la portada de "El Campanario Puerta Torre de Santa María de San Sebastián", del equipo dirigido por J.J. Pi Chevrot.

Aspecto actual.

SUBIDAS al CASTILLO

Tres accesos había al castillo y monte Urgull. Uno es el actual que discurre entre la iglesia de Santa María y el convento de Santa Teresa, que da a la batería del Mirador (actualmente Paseo Andereño Elvira Zipitria), y los otros dos nacerían del que comunica por medio de dos ramales la puerta que da acceso al actual Paseo de los Curas.

Ambas subidas sobrevivieron al incendio.

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