Gracias a un amable seguidor de esta WEB, tengo una fenomenal noticia que dar.

En una colección particular de una familia donostiarra se conserva uno de los proyectiles lanzados contra nuestra ciudad, durante los bombardeos carlistas que sufrieron nuestros antepasados en 1875. Este bombardeo perduró también el año siguiente y uno de estos proyectiles fue el que acabó con la vida del famoso Indalecio Bizcarrondo, Bilintx.

Se trata de un proyectil sistema "Whitworth" empleado en uno de los bombardeos que hizo la Artillería carlista sobre la ciudad de San Sebastián el día 28 de septiembre de 1875. Fue lanzado por la batería carlista de Arratzain (Mendizorrotz) cayendo sobre la capital guipuzcoana sin explotar.

El su texto escrito en el proyectil dice:

La noche del 28 de septiembre de 1875 comenzó el bombardeo de los carlistas a la ciudad de San Sebastián. Aquella noche una granada destrozó el chaflán de la habitación del piso tercero de la casa Legazpi 1.

La mujer que dormía en dicha habitación, milagrosamente ilesa huyó aterrada. Momentos después esta otra bala penetraba por el boquete anteriormente abierto y cayendo sobre la cama quedó sin estallar.

La publicación "El Estandarte Real" en su número 28 (julio de 1891) publica este interesante grabado, representando a artilleros carlistas sirviendo una pieza "Whitworth" y la sección de un proyectil, acompañado de su explicación correspondiente:

"Gran número de las piezas que componían la artillería carlista en el Norte eran del sistema inglés Whitworth, inventado por el constructor así llamado a principios de 1860, antes, por consiguiente, de que se conociesen las mejoras y adelantos de los sistemas Krupp y Plasencia. La sección del ánima de este cañón figura un hexágono, cuyo desarrollo longitudinal es hueco y espiral. Se carga por la recámara, es de sencilla construcción y se maneja muy fácilmente. Toda la pieza es rayada; la culata se cierra con un ajuste sólido que lleva un tornillo interior al cual se da movimiento con el torniquete que se ve en la figura. La forma de los proyectiles que se lanzan con este cañón varían según los efectos que se desean producir. Cuando, como en Santa Bárbara, sobre Puente la Reina, se quieren lanzar á muy larga distancia, tienen la forma de un cilindro apuntado por dos conos chatos, por cuya figura los soldados del ejército liberal les dieron el nombre de «pepinos».

Las figuras del dibujo señalan el proyectil.

Número 1, tapón contra el cual choca la pieza núm. 3, produciendo la explosión; dicha pieza núm. 2 lleva en su extremo superior un mixto, y va rellena de pólvora; se coloca en el número 2, introduciéndola por la parte superior, hasta que asomen por el lado opuesto las orejas núm. 4, las cuales se rompen en el momento del choque. Después del disparo, el cartucho queda dentro del cañón, y se saca al abrir el disco de ajuste.

Una pieza de á 12 se carga con 850 gramos de pólvora, y el proyectil puede recorrer un trayecto de siete a ocho kilómetros. La detonación no es muy fuerte; un hombre basta para el manejo de una pieza, y no hay que hacer uso del escobillón".

Guía sentimental

NIEVE Y BOMBAS SOBRE SAN SEBASTIAN

Por José Berruezo

Mal año aquel de 1875 para nuestros abuelos. Los carlistas sonaban las barbas por el Arratsain, y tras las barbas —a la moda de su monarca Carlos VII— asomaban también los cañones. Los donostiarras de entonces bien pudieron decir que el invierno comenzó el 28 de septiembre, a las nueve y media de la noche, porque desde esa hora y hasta las tres de la madrugada, tronó el cañón sobre la ciudad, lanzando contra sus casas y sus moradores 194 granadas que causaron un muerto y seis o siete heridos; clamoroso y triste prólogo a las ciento cuarenta y cuatro noches que el sueño de nuestros antepasados habría de verse turbado por el toque de la campana y el riesgo de la explosión del proyectil.

Para colmo de males, tal día como hoy, que era martes y no lunes, una gran nevada, de esas cuya importancia no recuerdan los más ancianos del lugar, cubrió con su blanco manto la ciudad y los alrededores. La nieve trajo cerrazón del horizonte y tal vez por esto, pues desde la capital no se distinguían las posiciones enemigas del Arratsain, pudieron disfrutar los donostiarras unas jornadas de descanso en la arriesgada tarea de jugar al escondite con las bombas y pepinillos carlistas.

La temperatura descendió considerablemente, al extremo de haberse helado —según un periódico de la época— "un coronel con mando activo". Este dato podrá servirnos de referencia para juzgar como lo pasaban en lo alto de la torre de Santa María los tres serenos y los dos paisanos que allí tenía el Municipio para avisar, con toque de campana, la llegada de proyectiles. Y lo que de ellos decimos podría aplicarse a quienes en San Vicente, en la Pescadería, en el Mercado, en las Escuelas y en el Castillo cumplían, día y noche, la misión de anunciar la inminente presencia de una bala de cañón.

En las cuentas del Municipio hay algunas partidas con cargo al aguardiente suministrado a los celosos vigías, centinelas de la seguridad ciudadana.

No había entonces Defensa Pasiva, pero sus funciones las suplió la diligencia del alcalde con un Bando que decía así:

Don José María Insausti, Alcalde de esta Ciudad.

Hago saber: A  virtud de indicación del Excmo. Sr. Gobernador militar de la plaza, se han adoptado por esta Alcaldía las disposiciones siguientes, que habrán de cumplirse estrictamente por los vecinos de esta capital:

Primera: A las nueve de la noche de hoy quedarán apagadas todas las luces de la población.

Segunda: Los portales de las casas permanecerán abiertos pero sin luz, durante toda la noche, para que sirvan de refugio a las personas que transiten por la vía pública.

Tercera: Los dueños de materias inflamables, de cualquier clase que fuesen, habrán de trasladarlas inmediatamente a los sótanos o bodegas de sus respectivas casas.

Cuarto: Los vecinos cuidarán de cerrar las ventanas y balcones de las habitaciones para que no se distinga luz alguna desde la parte exterior.

San Sebastián, 29 de septiembre de 1875.

Estas disposiciones municipales, y más que ellas el habituarse los vecinos al riesgo de los bombardeos, unido todo ello al buen humor de los donostiarras —lo único netamente tradicional que debió quedar dentro de la ciudad—, hicieron que nuestros abuelos pasasen, de la mejor manera posible, aquel amargo trago del asedio carlista.

Bombas y frío no consiguieron matar ni tan siquiera helar la inspiración de los poetas locales, como nos lo prueba una sección que, bajo el título de "Esquileo", publicaba por entonces el «Diario de San Sebastián», periódico de noticias. Este "Esquileo", no del verbo esquilar, sino de esquila o esquilón, glosaba poéticamente (?) los toque s de la vieja campana del Consulado, colocada en el Castillo desde el 3 de octubre del año 75. Y como para muestra basta un botón transcribiremos una de esas producciones épico-líricas que, firmada por «Una indianesa» dice así:

«Los días en que hay granada en mi balcón me entretengo, mirando cómo la gente se divierte al siete y medio.»

Juego peligroso en verdad, pero al que los donostiarras acabaron siendo consumados maestros.

FUENTE: Hoja Oficial del Lunes de la Provincia de Guipúzcoa. 7 de diciembre de 1942. Pág. 6. (Publicado por Ion Urrestarazu en su Blog Donostiando.

En este último dibujo se pueden ver las trayectorias de los proyectiles lanzados esa jornada contra nuestra ciudad. La calle Legazpi aparece reflejada con la trayectoria del que nos ocupa en este artículo.

Gracias Pablo.

JOSÉ MARÍA LECLERCQ SÁIZ