CABO JOHN DOUGLAS (1º REG. INF. DE LÍNEA. “ROYAL SCOTS”)

John Douglas nació en la localidad de Lurgan, en Irlanda, hacia 1781, dentro de  una modesta rama de la aristocrática familia Douglas. A pesar de que tenían sus padres disponían de dinero para darle una correcta educación y un prometedor futuro, prefirió alistarse en el ejército. De esta manera lo encontramos en los listados del regimiento de los “Royal Scots”.

La foto que actualmente se califica como suya, es la siguiente (1).

Participó en la campaña de Walcheren y en las Campañas Peninsulares de 1809 y la de 1812 a 1813.

Por los años que estuvo combatiendo contra las fuerzas del emperador Napoleón Bonaparte, con el rango de cabo, se le concedieron dos medallas. Una la Medalla General por Servicios en el Ejército, con las barras de la batalla de Busaco, la batalla de Fuentes de Oñoro, batalla de Salamanca, batalla de Vitoria, asalto de San Sebastián, batalla de Nivelle y batalla de Nive. Y también la que se otorgó a todos los veteranos de la batalla de Waterloo (2).

Se licenció con el grado de sargento hacia 1826, tras servir en la Royal Hibernian Military School, una institución para educar a los hijos de los soldados que se encontraban de servicio en el extranjero.

Seis de sus hijos llegaron a la edad adulta (3).

Escribió un libro con sus memorias titulado “Douglas’s Tale of the Peninsula & Waterloo: 1808-1815”, recientemente reeditado por Monick, Stanley (Editor) .London: Leo Cooper; 1997. En sus 133 páginas los relatos son veraces, divertidos, trágicos, y así un largo etcétera, ya que describen perfectamente todos los avatares de la vida de un soldado británico a principios del siglo XIX.

La parte que más nos interesa es la referente al ataque de San Sebastián, en el que tras presentarse voluntario resultará herido.

La llamada a los regimientos de las otras divisiones para pedir voluntarios fue muy celebrada. Su batallón del 1º de los Royal Scots no pertenecía a la 5ª División. Nos la describe gráficamente en su página 142.

“En el transcurso de la noche, se emitieron las órdenes y se ordenaron los diferentes regimientos para el ataque, que se realizaría a las 10 horas del día siguiente, domingo 31 de agosto. Se pidieron voluntarios para formar la “esperanza perdida”, y creo que todos los hombres deseaban apuntarse. Tantos ofrecían sus servicios que había que eliminar a un montón. A parte de nuestra división, un gran número de voluntarios de otras divisiones del ejército llegaron para ayudar. Varios oficiales no comisionados de la brigada se reunieron al atardecer bajo un manzano, con el propósito de despedirse. El licor se bebía a tragos, a la salud de lejanos amigos. Con algunas buenas canciones y chistes, nos despedimos, con buenos deseos de ayudarnos mutuamente, pero esta fue nuestra última reunión, ya que casi todos resultaron muertos o heridos de gravedad (4).

El ataque del 31 de Agosto, en el que participa, lo describe en su página 143 de la obra original. Dice:

“Acabamos de entrar en las trincheras que están debajo del convento, cuando nos encontramos con nuestro viejo General Leith, que estaba siendo llevado herido, tendido en una manta. Se había unido a la División el día anterior, después de haberse recuperado de las heridas recibidas en la Batalla de Salamanca. Algunos de los hombres gritaron ante esta visión: ¡Ahí está el viejo general!, otros ¡Nos vengaremos por eso!. Y con voz débil este exclamó que no dudaba de nosotros” (5).

“… a pocos metros de la parte superior de la brecha, la escena que tenía delante de mí era realmente horrible. Podía observar una pierna aplastada por las ruinas de una pared, piernas y brazos arrancados, algunos con sus ropas en llamas; muchos soldados vivos, pero tan apretados que no podían salir, por lo que seguían expuestos al fuego del enemigo, que era tan intenso que uno podía imaginarse que ninguno escaparía.

Tras haber resultado herido en su pierna derecha por un disparo, utilizando su mosquete como muleta, se retiraba hacia las trincheras viendo unas escenas terribles que nos narra en la misma página de sus memorias.

“Estaba literalmente todo el camino lleno, abarrotado de muertos y moribundos. Era lamentable ver a esos pobres así. Uno estaba haciendo el mismo camino que yo sin un brazo, otro con el rostro tan desfigurado y lleno de sangre, que no se adivinaba ningún rastro o característica humana en él, otro arrastrándose con una de sus piernas colgando de un trozo de piel. Y lo peor de todo, ver a algunos esforzándose por mantener sus entrañas dentro”

De su estancia en un hospital tras ser herido, también nos deja un terrible relato (6).

“El clima es extraordinariamente cálido y el número de heridos es tan grande... que las heridas no se curan ni cubren como sería necesario, por lo que, de algunas, se caían al suelo grandes y largos gusanos.  (…) …esos clientes (gusanos) vivían en la carne corrompida que, de no ser por ellos, se habría convertido en una mortificación. Aun así, he de admitir que no son los compañeros más deseables.”

Tras su periodo militar, por las heridas sufridas recibió una pensión vitalicia (7).

No se sabe cuál es la fecha exacta de su fallecimiento, pero por la concesión de la Medalla General, se puede afirmar que aún seguía vivo en 1848.

Sólo quedaba un descendiente directo vivo en 2017 en Sudáfrica.

Fdo. JOSÉ MARÍA LECLERCQ

(1)   Aparecida en www.douglashistory.co.uk

Hay cierta controversia sobre la fotografía.

     + Figura con uniforme de sargento, por lo que no tendría que portar una espada.

     + En el shako que porta se ve una corneta, que nada tiene que ver con la insignia de Royal Hibernian Military School.

     + El uniforme tampoco es el de los Royal Scots.

     + En su pecho figura una tercera medalla de la que no se sabe nada.

(2)   Las medallas se encuentran dentro de los fondos del Museo de Historia Militar de Johannesburgo.

(3)   John George siguió la carrera militar de su padre, y sirvió en la India durante la rebelión de los Cipayos. Posteriormente regresó a su tierra natal de Irlanda.

Sus descendientes se diseminaron por Canadá, Australia y Sudáfrica.

(4)   En esta parte del relato creo que puede haber algún tipo de confusión.

En el asalto a San Sebastián sólo participó el 3º Batallón del 1º de Reales Escoceses, ninguno de sus otros batallones se unieron al ataque, por lo que todos los detalles de las actitudes de los presentados como voluntarios no deberían haberse dado dentro de su regimiento.

Las bajas ciertamente, tal y como afirma fueron terribles.

1 Oficial y 46 de Tropa muertos, y 5 Oficiales y 142 de Tropa heridos.

(5)   El General Sir James Leith, en efecto, se acababa de reincorporar el día anterior de una herida que había curado en Inglaterra.

Mientras dirigía los refuerzos que salían desde las trincheras, una bomba estalló cerca de él, desgarrándole la carne de la parte posterior de la mano izquierda, al mismo tiempo que le rompía el brazo por dos lugares. El golpe fue tan violento, que pudo con las fuerzas que le quedaban, por lo que cayó en el acto, siendo sostenido por su ayudante de campo, el Capitán Belshes.

Sobrevivió y fue nombrado Comandante en Jefe de las Indias Occidentales y finalmente Gobernador de las islas de Sotavento o Leeward Islands. Murió en Barbados en 1845 por fiebre amarilla.

(6)   Fue trasladado a los hospitales militares existentes en Santander.

(7)   Britain’s Soldiers: Rethinking War and Society, 1715-1815 editado por Kevin Linch, Matthew McCormack. Pág. 199.