Sábado. 18 de Septiembre de 1813.

                        Este día el Teniente Coronel Fraser tiene que regresar nuevamente a la ciudad por motivos de su servicio.

                        Hasta este momento, en casi todas las publicaciones existentes sobre los teatros de San Sebastián, se califica como el más antiguo el denominado teatro del Café Viejo o del Cubo, por hallarse enclavado dentro de los muros de esa sólida y antigua fortificación. Siempre se ha mencionado el 6 de Abril de 1828 como la fecha de su inauguración. Al traducir las cartas del Teniente Coronel Fraser, y leer el relato de la visita que realizó a San Sebastián este día, la existencia de este centro de recreo y esparcimiento de nuestros antepasados donostiarras se hace más profunda en el tiempo. Ya existía en fechas anteriores a 1813.

                        En la ciudad siguen los trabajos para adecentar las cosas y reconstruir las defensas. John Dyer, Mayor del cuerpo de artillería,  es el oficial encargado de realizar esta difícil misión. Fraser y otros colaboran con él en los trabajos de mejora de la plaza.

                     Las autoridades donostiarras reciben contestación fechada el 18 de Septiembre en el Cuartel General de Lesaca,  a la carta mandada a Lord Wellington el día 12 de este mes en los siguientes términos:

                    Lesaca 18 de Septiembre de 1813.

                "Señores comisionados del Ayuntamiento y vecinos de la ciudad de San Sebastián.

                El Exmo. Sr. Duque de Ciudad Rodrigo, ha recibido la representación que V. S. S. le han dirigido en 12 del corriente y le es muy sensible no tener facultades ni medio de conceder las 2.000 raciones que V. S. S. piden para socorrer a los que trabajan en descombrar las calles, limpiar las fuentes, etc.

                Les es a V. S. S. notorio que es un extranjero y que además de tener que atender a la subsistencia del ejército británico tiene que ocurrir con cantidades de dinero y víveres al entretenimiento de los ejércitos españoles empleados en la defensa de la nación, que hasta ahora no les ha prestado lo que necesitan para su manutención y pagas.

                           En cuanto a la solicitud de V. S. S. acerca de sólo se ocupen por las tropas el convento de San Telmo y la iglesia de Santa Teresa, lo tendrá en consideración y no permitirá que se ocupen por la guarnición y demás edificios que los muy necesarios.

                         Lo que digo a V. S. S. de orden de S. E. en contestación a su citada representación.

                          Dios guarde a V. S. S. muchos años.

 José O'Lawlor, secretario militar".

 (A. M., Sec. E, Neg. 5, Ser. III, Lib, 2, Exp. 4).

                      Como podemos ver, siguen pasando los días y de momento lo único que logran son, con suerte, buenas palabras. La situación de los desgraciados vecinos de la ciudad es penosa. Al desamparo total hay que añadir la climatología, especialmente dura para las fechas en que aún nos encontramos, lo que acrecienta la necesidad y estado de ansiedad de los donostiarras.

Domingo. 19 de Septiembre de 1813.

                        Los trabajos continúan aunque de manera más lenta de lo que sería aconsejable. Hay una carencia enorme de mano de obra y de animales de carga que faciliten las labores. Las mareas del mes de Septiembre, tan conocidas por los donostiarras a consecuencia de su fuerza y oleaje, ocasionan grandes dificultades en las zonas expuestas a sus efectos. El ambiente en la ciudad, los olores, etc, son calificados como menos ofensivos que días atrás, pero aún la atmosfera es bastante nociva.

                        Entre las filas de los soldados británicos empieza a extenderse algún tipo de epidemia. Los hombres comienzan a sentirse mal, y los hospitales se comienzan a llenar de enfermos. Sobre todo afecta a los hombres empleados en el asedio. Entre las unidades que han venido de refresco no tiene tanta incidencia.

 Lunes. 20 de Septiembre de 1813.

                       Un cuerpo de tropas españolas va a llegar a la ciudad para tomar el mando permanente de la plaza. A partir de este momento serán retirados todos los oficiales y tropas extranjeras. Solamente quedará en la ciudad el recientemente ascendido Capitán Frank Stanway, de los Ingenieros Reales, que permanecerá durante tres meses supervisando los arreglos que se están realizando en las murallas de la Zurriola, en el muro del mar, y en el resto de fortificaciones en general. Jones menciona en su obra que estos trabajos son sufragados por el gobierno inglés, con una cifra que asciende a más de 12.000 libras.

 Martes. 21 de Septiembre de 1813.

                        Para acelerar este relevo militar, y poder disponer cuanto antes de la 5ª División y de la Brigada Wilson en la línea del frente, el Lord Mariscal redacta un despacho para el General español Freyre, redactado en el Cuartel General de Lesaca a la una del medio día, en el que le pide que envíe urgentemente un Gobernador y la guarnición necesaria para la Plaza de San Sebastián. Wellington necesita el mayor número de efectivos. Tiene pensado cruzar el Bidasoa y pisar suelo francés en cuanto el tiempo y el estado de los vados lo permita.

                        Por su parte, el Ayuntamiento de la ciudad, en el Acta Municipal de este día escribe:

                       "Considerando la urgente necesidad de despejar las calles de escombros de que están llenas y que los propietarios de las casas dispongan como legítimos dueños de los terrenos así como de los muebles pertenecientes a cada cual, se acordó que cada dueño de casa se haga cargo y disponga libremente así de los materiales como de los muebles y efectos que se puedan encontrar bajo las ruinas, pero considerando también que una providencia de esta naturaleza pudiera acarrear confusiones y actos licenciosos en su obviación. Se acordó que ninguno sea osado de hacer uso de esta providencia sin que obtengan antes licencia por escrito de los señores alcaldes y que a cualquiera particular o cuadrilla, sea militar o paisano, que se encontrase trabajando por cualquiera de los señores capitulares, se le obligue a mostrarla y que no haciéndolo se le ordene la suspensión del trabajo, sin perjuicio de las demás providencias, recurriendo al jefe militar en cuanto a los que tengan este fuero, precediendo rimero y ante todas cosas reconocimiento por los maestros alarifes, peritos nombrados por la ciudad, de las paredes que están en pie, sobre el peligro que puedan tener de que cayéndose por si causen daños y desgracias en las personas, pagándose por los propietarios los justos derechos que les correspondan a dichos alarifes a quienes se prevenga por mí el secretario hagan desde luego un reconocimiento general de las paredes de los frontis, para que siendo necesario se mande derribarlas sin perjuicio de que lo quieran hacer los mismos propietarios".

                          Estamos viendo un intento de normalizar la situación y controlar de manera sutil, el robo de materiales de entre los escombros de las casas por parte de los militares, a quienes se hace una mención especial en el acta. También es muy conocida la situación de peligro para cualquier persona que pasease por las calles, como consecuencia de las paredes y muros que han quedado en pie, sin más sustentación que su propio peso. Se trata de solucionar este peligro que causó más de una muerte entre civiles y militares en los días siguientes a la destrucción de la ciudad.

Vista de la ciudad de Thomas Driver desde el castillo el mes de Febrero de 1814. Aparece claramente reflejada toda la destrucción sufrida en el asalto y días posteriores. Los tejados de las edificaciones que sobrevivieron muestran también los efectos de las bombas inglesas.

Miércoles. 22 de Septiembre de 1813.

                        El puerto de Pasajes se encuentra atestado de gentes, mercancías y barcos. Es el punto vital de desembarco de todos los suministros necesarios para el sustento de todo el ejército aliado. Hasta ahora se estaba utilizando y desviando a Bilbao únicamente los mercantes que traían unidades de caballería, y desde allí se embarcaban con rumbo a Gran Bretaña a los numerosos heridos en la Campaña. Ahora disponen de un nuevo punto en la costa, por lo que una vez que los mercantes desembarcan sus cargas, si no pueden regresar inmediatamente son enviados a la bahía donostiarra y su puerto. Los que traigan comida y carne salada deberán dirigirse directamente a la destruida ciudad, en la que serán almacenadas estas mercancías.

                         Todavía permanecen en territorio español soldados tomados prisioneros en San Sebastián. Lo sabemos gracias a una carta de Wellington dirigida a su amigo el General Álava, en la que se queja sobre la conducta del Alcalde Constitucional de Renteria. Al parecer siete de estos prisioneros se habían fugado, y este funcionario civil les había proporcionado certificados falsos, en los que figuraban como extranjeros que trabajaban en ese pueblo.

Viernes. 24 de Septiembre de 1813.

                              Los franceses intentan tomar ventaja en los intercambios de prisioneros, y tratan, entre otros, renegociar el de Mr. Larpent. En una carta dirigida al General Conde Gazan por Wellington, este le expone el abanico de intercambios que estaría dispuesto a aceptar. Veremos que algunos de los oficiales mencionados pertenecen a los regimientos involucrados en la defensa de San Sebastián. También aparecerá un viejo conocido, el Teniente Coronel Santuary.

 Sábado. 25 de Septiembre de 1813.

                       La guarnición española llegará definitivamente este día, tras un accidentado viaje que ocasiona este retraso en el relevo militar de la plaza.

                         Este día abandonan definitivamente la ciudad el Teniente Coronel Fraser y los últimos contingentes de artillería británica y portuguesa, en un número cercano a las dos compañías. Todo el material que estaba destinado a ser embarcado ya está a bordo de los buques. Los cañones que se quedan en la plaza son los estrictamente necesarios para su defensa en caso de ataque enemigo, cuya cantidad y calidad ha sido estudiada personalmente por Sir Alexander Dickson.

                        El trabajo de la 5ª División británica ha terminado.

                      El de los pobres donostiarras supervivientes no ha hecho más que comenzar.

                 Al cuidado de la plaza quedará el 1º Regimiento de Infantería Ligera de Guipúzcoa, denominado anteriormente como "Voluntarios de Guipúzcoa". Lo que parecía iba a ser una misión tranquila, poco a poco se convirtió en un auténtico calvario. La insalubridad del lugar, afectado por los hedores de cuerpos aún insepultos y las penurias pasadas por la población civil, entre muchos otros factores, ocasionarán la aparición de una mortal epidemia de tifus. Se calcula el número de muertos que ocasionará en más de mil. Algunas cifras barajan incluso los mil doscientos. Solamente de esta unidad militar acantonada en San Sebastián, se conoce gracias a un informe estadillo de mediados del mes de Noviembre, que experimenta 320 muertos entre sus filas. Todos estos muertos civiles deberían ser incorporados a las cifras de los causados directamente por el saqueo aliado. La epidemia se cebará sobre los desgraciados donostiarras que sobrevivieron al 31 de Agosto y días anteriores. Muchos salieron malheridos, sin ropas, sin un lugar donde cobijarse. Sin dinero con el que poder comprar comida. Sin nadie que les cuide.

                       Se trata de un brote epidémico de tal importancia que acabó siendo denominado como peste. Por las descripciones contemporáneas del médico José Domingo de Zubicoeta (víctima de la epidemia) y del cirujano Miguel Martín, existentes en el Archivo de Tolosa, se puede afirmar que los habitantes del lugar se enfrentaron con un nuevo enemigo, al que describieron de la siguiente manera:

                       "de la fiebre siroco o calentura pútrida, ya sola, ya acompañada de fiebre atáxica o nerviosa; también sufrían algunos enfermos de fiebre intermitente de género terciana".

                         El caldo de cultivo de esta epidemia estaba preparado. En un informe posterior del Ayuntamiento, se deja claro el estado mísero y lamentable de los habitantes, muchos de ellos dispersos por los contornos, y obligados a la mendicidad para poder alimentarse. Esta epidemia causará, como ya he señalado, un gran número de víctimas mortales entre los donostiarras, sin contar las producidas en las poblaciones inmediatas. Muchos médicos determinan la causa de su extensión por los territorios limítrofes con San Sebastián, al contacto de los habitantes de los caseríos con los soldados que caían enfermos durante el sitio, y que eran alojados en estos edificios, tal y como se recoge en el estudio de Ignacio Mª Barriola Irigoyen titulado "La Medicina Donostiarra a Comienzos del Siglo XIX". A esto hay que sumar la insalubridad de los terrenos del Antiguo, lugar en el que seguramente nació, y la falta de medidas higiénicas preventivas ante la cantidad de cadáveres y restos insepultos esparcidos por todos lados. El número de muertos diarios es espantoso. Las fuentes nos hablan que durante el período más álgido se llegaban a contabilizar hasta ocho enterramientos diarios. Este brote de tifus acompañará a todos los donostiarras y demás actores situados en este lugar hasta bien entrado el año 1814.

Lunes. 27 de Septiembre de 1813.

                         Aparece un beligerante artículo en el periódico "El Duende de los Cafées".

                        Se trataba de un diario político de ideas liberales exaltadas, que se publicó en la ciudad de Cádiz durante el periodo comprendido entre el 1º de agosto de 1813 y el 14 de mayo 1814. Su suscripción mensual costaba 20 reales. Este diario jamás se mordió la lengua para criticar valientemente las exigencias, censuras y excesos de nuestros aliados ingleses. Ciertamente hacía falta valor y entereza para sacar a la luz pública muchos hechos, en el contexto en que se movía España en ese momento, como la destrucción de San Sebastián, máxime cuando el embajador inglés, hermano del Duque de Wellington, residía en la misma ciudad gaditana. Los principales redactores de este periódico fueron D. Jacinto María López (propietario y redactor) y D. Tiburcio Campo, ambos procesados tras la vuelta del rey a España en 1814. El diario fue incluido en el Edicto de la inquisición del 22 de Julio de 1815, en Madrid, mandando retirar todos su ejemplares existentes y prohibiendo su lectura bajo la pena de excomunión mayor.

                          La ciudad de San Sebastián jamás pagará a estos hombres suficientemente la valiente labor que hicieron en busca de la verdad y la justicia. No hay ningún reconocimiento por parte de la municipalidad donostiarra, hecho que a mi humilde entender sería del todo justo e históricamente necesario.

                    Transcribiré literalmente los artículos para que el lector se haga sus componendas y sea quien juzgue.

                          "EL DUENDE DE LOS CAFÉES"

                           DEL LUNES 27 DE SEPTIEMBRE DE 1813

                          San Sebastián destruída

                          Carta del brujo Mirringui Velaverde

                        Mi querido tío: en mis últimas cartas he indicado a Vd. alguna cosa acerca de la cruel conducta que han tenido nuestros caros aliados en esta para siempre desgraciada ciudad. Pensé no pasar de estas indicaciones, en favor de la memoria de que el suelo que ha abortado a estos fieros destructores de una población digna de mejor suerte, ha sido cuna del lustre y respetable Lord Wellington, Duque de Ciudad Rodrigo. Sí, mi querido tío, pensaba de este modo; pero el cúmulo de crueldades exercidas por estos hombres, de que casi he sido testigo, renovadas a cada instante con el espectáculo continuado que tenemos a la vista de los seres infelices que las sufrieron, me ponen en la necesidad de desahogarme un poco con una persona de toda mi satisfacción. No espero Vd. que le numero todos los hechos sanguinarios que tuvieron lugar en aquellos terribles y dolorosos días: no hay fuerza bastante en mi pluma para describirlos; pero le contaré tan sencilla como fielmente, aquellos que por su notoriedad merecen ser gravados en bronce para perpetua ignominia de los que los perpetraron.

                        A las 4 de la tarde del 31 último tomaron posesión de la plaza las tropas inglesas y portuguesas. Podían a continuación hacerse dueños del castillo, entrando en él en pos del enemigo, que con el mayor desorden se refugiaba en este asilo; pero los conquistadores se contentaron por el momento con lo conseguido hasta allí, deslumbrados con el oropel que les presentaba la idea de un pronto saqueo. Los habitantes que desde un principio salieron a los balcones y ventanas a saludar y loar a los que creían ser sus libertadores, conocieron bien pronto el error a que les había conducido su natural consecuencia, y tuvieron un ligero presagio de los males que se les preparaba, encontrándose obligados a encerrarse dentro por el fuego que se les hacía en agradecimiento a su cortesía. En seguida entraron las tropas en las casas; y se contentaron ese día con dexarlas limpias de todo lo que tenía algún valor. El día 1º del que ruge se apoderaron de un espíritu de furia: ultrages, asesinatos y violación de mugeres eran cometidos por todos los puntos de la ciudad. Las casas se llenaron de cadáveres. La muger que oponía esfuerzos superiores al sexo, perdía la vida en el acto; y no se libertaba de esta violencia la niña de 10 años ni la anciana de 60.

                           No podré señalar a Vd. los que fueron víctimas de la furia de este segundo día, por ser demasiado grande el número de ellos; pero le nombraré alguno de sus conocidos. Los sacerdotes septagenarios Goicoechea y Egaña: Xaviera la ama del cura Eriz: la suegra de Echaniz: Brevilla el platero*: el posadero de la cárcel vieja: el chocolatero que tenía tienda en la casa de Izaramendi: el otro chocolatero casado con la criada de la conocida por LA BUENA MOZA, y en fin otros muchos que no nombro por no ser difuso.

                       Por lo que respeta a violaciones, me permitirá Vd. no nombre ninguna en particular; pero para formar una idea de esto referiré un hecho acaecido a un íntimo amigo nuestro. Se hallaba en su casa de guardián de su inocente hija de 12 años, y para libertarse de la ignominia de que hubiera sido testigo ocular, le valió tener por todo caudal 12 pesos fuertes, con que la rescató. Es imposible se averigüe nunca el número de mártires de la virginidad de aquel terrible día, pues han sido quemadas y sepultadas entre las ruinas de las casas. Pero amigo ¡Qué contraste tan incomprensible se presentaba en aquel momento de horror, a la vista del padre de familia que se hallaba aún con espíritu para formar un discurso! Multitud de centinelas impedían la entrada y salida de las casas en donde se cometían toda especie de crueldades, mientras que en las calles el prisionero francés, el verdadero enemigo, era regalado y obsequiado. Ni nuestra divina religión fue respetada. Las iglesias fueron saqueadas; y no habiendo encontrado en una de ellas el sagrado copón, recogido por precaución por su cura párroco, se dirigieron a la casa de éste, y obligaron a que lo entregara, y las formas que contenía se esparcieron por el suelo. Movido el cura de un celo religioso trata de recogerlas; pero al querer executar su piadosa obra, es atropellado, se le despoja de sus vestiduras, y es echado a la calle a puntapiés y en cueros. Acude una muger a cubrirlo con una camisa, pero aún esta fue arrancada con violencia por aquellas fieras. En fin, baste decir a Vd. que la imaginación humana no puede discurrir género de atrocidad, que no haya sido puesta en planta en aquél día, memorable para todo buen español.

                         La mañana del primero se dio principio al incendio, empezando por una de las esquinas de la calle Mayor. Por la tarde pegaron fuego a la calle de la Escotilla; la mañana del dos a la del Puyuelo; en su tarde a la de Juan de Bilbao y a la Plaza Nueva; en una palabra, la ciudad ha sido incendiada metódicamente, y a medida que se hacía la limpieza interior de las casas. El enemigo no ha hecho fuego alguno en todo este tiempo; es decir en todo el que medió desde que se refugió en el castillo, hasta la ruina total de la ciudad. Sin embargo se ha libertado de las llamas una cera de casas de la calle de la Trinidad, y estas son la que sirven en la actualidad de quarteles.

                       Discurrimos sobre estos hechos, y nuestra imaginación se pierde en un abismo insondable... Entre tanto no nos olvidamos del comercio que en tiempo de paz hacía S. Sebastián con la Francia, y que tanto perjudicaba al de la Gran Bretaña... Nos acordamos de que era una plaza marítima, y que con poco costo tendría un puesto muy regular baxo un gobierno sabio. Y no contribuye poco a estas claras observaciones la certidumbre de que el General Graham retirado a Oyarzun, no convidó a los pueblos inmediatos a que acudiesen a apagar el fuego de la ciudad hasta el quinto día en que todo estaba reducido a cenizas.

                        Este ha sido el fin lastimoso de un pueblo patriota que ha sabido conservar su adhesión a la justa causa en medio de las bayonetas francesas en el largo tiempo de cerca de seis años que se ha visto alejada y separada de un gobierno por quien suspiraba. Compadezcamos la suerte de Pamplona, Tortosa, Barcelona, etc., si no se tiene presente la catástrofe de S. Sebastián, y temamos que los habitantes de aquellos pueblos tomen las armas contra los sitiadores, si no se toman precauciones que les inspiren confianza; pues no debemos olvidar que el español que desea defender hogares, es un enemigo respetable para el que pretende burlarse de sus virtudes.

                       Basta por hoy. Reciba Vd. mi cordial afecto, y mande a su humilde sobrino Q.B.S.M. = Mirringui Velaverde.

                       No hay que alarmarse por la publicación de estas verdades; pues si en vista de ellas nos se pone remedio, se autorizará a las tropas extrengeras que nos auxilian, para el robo, la dilapidación y el desenfreno horroroso que han experimentado los vecinos de S. Sebastián. El Duque de Ciudad-Rodrigo, cuya pericia militar y loable conducta lo han colocado en el trono magestuoso del respeto y del agradecimiento español, no puede ni debe mirar con indiferencia unas acciones tan atroces y agenas de la confraternidad que tan solemnemente han jurado las dos naciones. La sangre preciosa de los españoles derramada impunemente en S. Sebastián, clama incesantemente por el castigo de los agresores. El pueblo español espera de Lord Wellington le dé una completa satisfacción de un ultrage tan escandaloso como el que ha recibido; y el qual no puede obscurecerse a las demás Potencias. Nuestro sabio Gobierno no debe desentenderse de exigirla, y de poner al mismo tiempo por todos aquellos medios propios del noble carácter y decoro de la Nación, el remedio executivo y pronto que exigen los males que pueden inferirse por el mismo estilo a otras plazas y pueblos.

*Sagasti en su carta fechada el 25 de Noviembre indicará que hay ciertas incorrecciones. El sacerdote Egaña y Bresilla salieron moribundos, y aunque corrió la voz de que murieron existen según parece...

Martes. 28 de Septiembre de 1813.

                         Sir George Collier cree necesario levantar un faro en San Sebastián para mejorar la seguridad de los innumerables transportes que surcan estas aguas. La peligrosidad de las mismas, el desconocimiento de la costa, y las galernas y tormentas han ocasionado numerosos naufragios.

                         También se quiere realizar un estudio sobre la bahía, sus profundidades, etc, en vistas a la futura llegada de buques. El puerto de San Sebastián parece ser que va a ser dragado para mejorar su capacidad operativa.

                          Llega al Cuartel General de Lord Wellington en Lesaca, una carta desde Cádiz del Ministro español de la Guerra, en la que se adjunta un escrito del Jefe Político de Guipúzcoa, quien tuvo la valentía de ser uno de los primeros en denunciar públicamente la  destrucción y saqueo de la ciudad española. En sus letras, escritas el 5 de Septiembre, acusa a los británicos de haber actuado con total conocimiento de causa, motivados por unos oscuros motivos de envidias y políticas comerciales.

Miércoles. 29 de Septiembre de 1813.

                         El intercambio del Comisario Robert es definitivamente acordado. Wellington informa por una carta al General Gazan, que el prisionero será enviado a las primeras líneas francesas mañana,  Jueves 30. Su cautiverio no ha durado ni un mes.

Jueves. 30 de Septiembre de 1813.

                     Los días siguen pasando y el Ayuntamiento de la ciudad sigue viendo impotente que las ayudas siguen sin llegar. Por este motivo, ante la indefensión en que se encuentra escriben una nueva carta al Presidente de la Diputación de la Provincia:

                       Exmo. Señor:

                La honrosa e interesante confianza que hemos merecido a nuestros conciudadanos y su triste situación, nos haría culpables si omitiésemos cuantos medios pueden conducir a su alivio: Para conseguirlo hemos dirigido cuantos recursos nos han parecido convenientes y hemos comunicado, así como sus contestaciones a V. E. a cuya protección nos acogimos por ser ésta la intención de nuestras comitentes como la nuestra, impelida a más de nuestro deber por la gratitud con que nos ha obligado V. E. por el interés que ha tomado por nuestra desgraciada ciudad, comunicándonos todo lo obrado a su favor con la mayor franqueza, sin duda para animarnos a proponerle con la misma lo que creemos conveniente para el restablecimiento de nuestro desgraciado pueblo y evitar la dispersión de los habitantes.

                       Animados de la bondad que V. E. nos manifiesta, no podemos menos de expresarle que a pesar de que nuestra esperanza se lisonjea, que por las representaciones hechas por V. E. al Lord y a nuestro gobierno, se darán mediaos para el restablecimiento de San Sebastián, recelamos con grave fundamento que la dispersión de la mayor parte de sus habitantes será indispensable si no se socorre con prontitud a aquel pueblo para los objetos más urgentes y no se remueven los obstáculos que deben necesariamente retraer a las gentes de ir a ocupar los pocos edificios que han quedado o las chozas que pudieran plantar provisionalmente.

                          1.º El Ayuntamiento se halla sin medios pecuniarios y no puede atender sin ellos ni a la seguridad de los vecinos ni a las indispensables comodidades que necesitan para vivir aunque con trabajos. No ignoramos el estado de V. E. y de los pueblos, pero no sería posible que siendo hermanos los de toda Guipúzcoa ocurriesen con 30 o 40.000 reales de vellón?

                      2.º Las casas que existen son muy pocas, es preciso que las ocupen los individuos del magistrado y otros empleados precisos, pero ni estos ni los oficiales de la tropa pueden vivir si se reúnen tres batallones cuyos oficiales como es justo piden un colchón que o no lo tiene el vecindario que todo lo ha perdido o lo lleva prestado porque lo necesita, y es claro que si se lo quitan no irá a pasar la noche sobre el suelo ya que el día lo pasa entre los horribles escombros. Parece pues necesario que la guarnición se limite al Castillo o que se aloje en los caseríos y aún en el caso de como tratan los jefes, se acuartele la tropa y se hagan pabellones en la cárcel para los oficiales, se les surta a estos de camas de fuera por no haberlas en la ciudad.

                     3.º El puerto aún no está libre y las lanchas y el comercio sufren con detrimento de los derechos y del servicio y seguridad de la navegación mayormente adelantándose la estación y debiendo resultar temporales por cuyos motivos debían removerse los obstáculos.

                       Otras varias consideraciones hará a V. E. el secretario del Ayuntamiento que entregará este oficio y esperamos sean acogidos por V. E. con el interés que ha manifestado y que procura por todos los medios el alivio de nuestros desgraciados compatriotas.

                     Dios Guarde a V. E. muchos años.

                 José María Soroa y Soroa, José Ignacio de Sagasti, Joaquín Luis de Bermingham.

 (A. P. Sec. 1, Neg, 22, Leg.9).

 Domingo. 3 de Octubre de 1813.

                       Wellington se entera de los problemas que están experimentando los transportes marítimos aliados. Se disculpa mediante un despacho ante Sir George Collier, argumentando su total desconocimiento de lo que estaba sucediendo hasta ahora, y le promete hacer todo lo que esté a su alcance para que la "luz" de San Sebastián sea correctamente atendida por las autoridades españolas. De todas maneras duda de la correcta voluntad de estos, por lo que opina que seguramente será necesario que las autoridades británicas se encarguen del cuidado de la misma. Este mismo día dirige un Despacho Oficial al General Álava, en el que le pide que se le informe si las autoridades españolas van a responsabilizarse del faro, situado, tal y como lo menciona, en la colina oeste de San Sebastián.

                        Todavía no se ha resuelto nada sobre la posible libertad del Coronel Santuary. Wellington se lo ofrece al General Conde Gazan, indicándole que aún permanece en las posiciones aliadas sin ser trasladado a Inglaterra.

Lunes. 4 de Octubre de 1813.

                       Aparece un nuevo artículo en el "Duende de los Cafées". Se radicaliza aún más, llegando a pedir ataques contra los aliados como venganza por su actuación en San Sebastián, hecho que disgustará, como veremos más adelante, a Lord Wellington, quien pedirá a la justicia española que actúe contra los autores de esta publicación.

                     "EL DUENDE DE LOS CAFÉES"

                     DEL LUNES 4 DE OCTUBRE DE 1813

                    Carta que me envían del otro mundo

                   Sr. Duende de los Cafés: No he hecho más que leer la carta del brujo Mirringui Velaverde que va inserta en el núm. 58 de su periódico, y al instante agarré la pluma, no para declamar contra los que han ultrajado tan vil y escandalosamente a la nación en la ciudad de S. Sebastián de Vizcaya, ni para fomentar el espíritu de venganza por la que tan justamente clama un suceso tan cruel e infame, sino para hacerle quatro preguntas:

                         1.ª ¿Las tropas que saquearon, incendiaron y cometieron tantas atrocidades en la ciudad de S. Sebastián, obraron de voluntad propia o en virtud de orden?

                                2.ª ¿Si no hubo orden, que castigo debe imponerles el general en gefe de los exércitos, a los infames e iniquos executores de aquella cruel y horrorosa escena; qué medidas deberá tomar para indemnizar los enormes perjuicios que han irrogado a los habitantes de aquel benemérito e inocente pueblo, y qué clase de satisfacción pública debe darse a la nación española para que esta no tome por sí misma la que corresponde a semejante iniquidad, usando de represalias en donde encuentre la ocasión oportuna?

                          3.ª Si aquellas tropas obraron en virtud de órden arbitraria de los respectivos generales de división y sin la del gefe de los exércitos, no deben haber ya expiado su atroz delito en el palo?

                                 4.ª ¿Y si el general su gefe lord Wellington dió la órden?...

                         Amigo mío, Vd. me dirá quizás, que es difícil aclarar y justificar este suceso por el temor de mis preguntas; pero yo lo juzgo fácil; pues si lord Wellington manda arcabucear a los generales que entraron a saqueo con sus divisiones, quemaron y destruyeron la ciudad de S. Sebastián, tomándose el tiempo de quatro o cinco días para hacerlo con toda comodidad, claro está que obraron de voluntad propia; pero si no vemos un castigo semejante, las indemnizaciones correspondientes y una satisfacción pública a la nación a la faz del globo, que el general en gefe lord Wellington dió la órden. ¿Y entonces?. ¿ y si esto se pasa por alto como se pasó lo de Badajoz?... Pero no es posible creer que nuestro gobierno dexe de tomar las providencias executivas y perentorias que correspondan contra quien haya lugar para evitar los progresos de un mal que pueda traer grandes perjuicios al inocente pueblo inglés y al español por consecuencia de la mala conducta de uno o dos hombres, sean los que fuere; pues a la verdad ¿qué mercader inglés contara seguras en España sus mercancías y su vida? ¿qué español huirá de tomar parte activa en la empresa de la venganza, indemnización y satisfacción por las atrocidades inauditas cometidas por las divisiones inglesas en S. Sebastián?

                          Yo no quiero explayar más mi discurso: esto basta para manifestar a Vd. lo que deseo: para que el pueblo inglés conozca profundamente el compromiso en que se halla, no por nuestra culpa, y para que conozca también la nación española el estado en que la han puesto sus mismos aliados y amigos, y sepa quál es su razón, quál su obligación, y hasta qué punto debe llegar su sufrimiento.

                      Soy siempre de Vd. afectísimo amigo Q.B.S.M.

                      - El guardián de la fragata Mercedes.

Miércoles. 6 de Octubre de 1813.

                     Estamos ante una tarde muy calurosa, con un pegajoso día de bochorno, acompañado de tormentas.

                      Las tropas pertenecientes a los tres países aliados están listos en sus posiciones para pisar por primera vez Francia.

                         Aparece un nuevo artículo en el "Duende de los Cafées".

                        "EL DUENDE DE LOS CAFÉES"

                       DEL MIERCOLES 6 DE OCTUBRE DE 1813

                       Carta del cuñado de mi sobrino el brujo Mirringui Velaverde

                       Mi estimado gefe y Sr. D. Duende: estoy dudoso de quién pueda ser la causa de la conducta horrorosa que las tropas inglesas han observado en S. Sebastián; no sé si atribuirlo al descuido o siniestra intención de los generales y gefes subalternos, o a la del general en gefe, lo cual no puedo creer aunque me lo prediquen Padres Gilitos; pero consultando yo con un amigo este punto, me dixo: Ciertamente que el negocio da que pensar, y que a nadie podemos atajar el juicio, pues hay muchos que dicen que, así como hasta aquí se le han atribuido todas las victorias, con muchísima razón estamos autorizados para pensar que haya tenido este descuido, porque al fin nadie puede decir en este mundo que es perfecto.

                         ¡Qué lástima que el lord Wellington no hubiera tenido presente la arenga que el duque de Alba hizo a sus soldados al entrar en Lisboa con su exército el año 1581! Díxoles de esta manera:

                         "Solo os encargo dos cosas: la primera que cada Coronel execute las órdenes que se le han dado, y los capitanes las que aquellos le dieren: la segunda es, que Lisboa no ha de ser saqueada... puse en otra ocasión sobre Roma el mismo precepto; allí por ser ciudad de S. Pedro, y aquí por ser del Rey, no ciudad rebelde sino nobilísima, a quien un tirano oprime... así es la voluntad del Rey. En Roma os ofrecí recompensa del saqueo que estorbé: aquí hago lo mismo; y con aquella se cumplió, ésta también se cumplirá".

                         Tal fue la respuesta que dió mi amigo a las preguntas que le hice; y yo creo que si el duque de Ciudad-Rodrigo observa mientras permanezca en España mandando exércitos la política de los sabios generales españoles, evitará tan amargos disgustos como los que nos han ocasionado los desastres de Badajoz y los que acaban de suceder en S. Sebastián.

                      Queda de Vd. su afectísimo amigo y seguro servidos Q.B.S.M.

                        Goiburu

                        Conocemos por una felicitación de Wellington a Graham que el faro de San Sebastián está completado y funcionando.

                      Por otro Despacho Oficial fechado este día en Lesaca, tenemos la única constancia escrita de un juicio militar contra un militar a consecuencia de los acontecimientos ocurridos en San Sebastián el 31 de Agosto, tras la caída de la plaza. Se trata de juicio y condena a muerte del Sargento Roach, acusado de ser el causante de la muerte del oficial Ayudante del 15º Regimiento portugués de Infantería. Este suboficial disparó contra Antonio José de Sousa Ferraz, causándole la muerte. Wellington quiere que la pena sea ejemplarizante para el resto de la tropa, al haberse repetido en varias ocasiones hechos similares entre sus filas, lo que atenta gravemente contra la disciplina y la seguridad de los mandos.

                        Uno de los párrafos de este despacho es claro y explícito:

                    "Me gustaría que el tribunal considerara esto, y observaran que no están castigando a la persona, sino al crimen del que ha sido culpable que es totalmente fatal para la profesión militar, pero excesivamente común en este ejército, y que por otra parte sólo se puede mejorar a través de la certeza y el terror al castigo.

                      Lo más extraordinario de este caso, es que el sargento no niega que golpeó al oficial, por lo que ninguna provocación puede considerarse como justificación".

                 Lamentablemente podemos comprobar que en ningún momento se están juzgando y castigando los terribles acontecimientos que sufrieron nuestros antepasados. Solamente se está castigando una acción realizada por un militar contra su oficial superior, hecho que supone un ataque directo contra las bases de la jerárquica disciplina militar.

                    El Teniente General Graham, como consecuencia de su avanzada edad, está deseando regresar a su casa, por lo que va a ser relevado de su mando en breve. Terminará su mandato con el victorioso Paso del Bidasoa que se producirá el siguiente día.

Existen varios dibujos realizados en Febrero de 1814 por Thomas Driver, pertenecientes a la colección de Geoffrey Elliot, del Archivo de la Bermudas, que sirven para hacernos una idea visual de cuál era el aspecto de la ciudad y el castillo tras lo sufrido cinco meses antes. Todos estos dibujos han sido dados a conocer recientemente gracias a un interesantísimo trabajo de J.M. Unsain.
En el dibujo superior se puede ver la destrucción sufrida por el castillo, así como el estado ruinoso de toda la artillería que se encontraba en el monte Urgull. Se puede ver en ambas imágenes, la cantidad de fragmentos de proyectiles que cubren toda la superficie.

 

 

Jueves. 7 de Octubre de 1813.

                        Las tropas aliadas, ayudadas por hondarribitarras, quienes les indican las posiciones exactas de los bancos de arena existentes en el estuario, cruzan el Bidasoa y penetran en suelo francés.

Sábado. 9 de Octubre de 1813.

                          Wellington dirige una carta al Ministro Español de la Guerra en contestación a una recibida el 28 de Septiembre por parte de este Ministerio. En ella expresa su total indignación al verse obligado a justificar el comportamiento de su General y Oficiales, tanto ingleses como portugueses, ante unas acusaciones que califica de infundadas. Alega que de haberse seguido una actitud como la descrita en la acusación, esta no hubiera hecho sino arriesgar todo lo que se había logrado gracias a su trabajo y valentía. También reitera si indignación al haber partido tales líneas de una persona con un alto cargo oficial, como es el de "Xefe" Político de Guipúzcoa.

                           Este mismo día dirige una carta a su hermano Henry, embajador del Reino Unido en España, haciéndole participe de las acusaciones que se han vertido sobre los oficiales aliados bajo su mando. Insiste en la falsedad sobre la acusación de que detrás de todo había unos intereses fundados en rivalidades comerciales, y aduce a su favor, que si hubiera querido destruirla completamente, le hubiera sido muy sencillo el permitir bombardearla con toda la artillería, hecho que no permitió.

                       Sobre las acusaciones de incendiarios, acusa directamente a los franceses como autores del fuego que destruyo San Sebastián. Asegura que el incendio como método defensivo fue utilizado en varias ocasiones por los defensores, como es el caso de los días 22 y 24 de Julio, motivo por lo que el fracasado asalto fue retrasado. También asegura que él personalmente, vio el día 30 de Agosto fuego en varios puntos de la ciudad, y que estos no podían ser ocasionados por los proyectiles aliados al haber ordenado insistentemente que no se lanzaran proyectiles sobre las casas, y que este fuego seguía activo el 31, día del asalto, antes de que sus tropas entraran en la ciudad.

                       Insiste en la argumentación acusatoria contra los franceses, alegando la construcción por estos de barricadas en todas las calles de la ciudad, y que estas explotaban al paso de los soldados aliados, lo que sin duda ocasionaría incendios en las casas colindantes.

                        También indica que si el número de bajas entre los oficiales aliados no hubiera sido de 170 muertos y heridos de los 250 que componían el total  de la fuerza atacante, el saqueo hubiera sido impedido en gran medida, aunque seguramente no del todo. Insiste en el elevadísimo número de bajas, y que estas se han producido en el desempeño de unas tareas al servicio de España.

                           Pero sigamos leyendo la parte final de la carta, en lo referente sobre todo al saqueo que sufrieron los indefensos donostiarras, y las acusaciones que vierte sobre los habitantes del lugar, afirmando que estos se negaron siempre a ayudar a los mandos británicos a paliar la situación. Termina con dos amenazas. La primera es la posible ruptura de la alianza con España ante tales libelos, y la exigencia de una investigación y castigo contra los autores de los mismos.

 

                        El Teniente General Sir Thomas Graham, habiendo establecido en el territorio francés a las tropas de los aliados británicos y del ejército portugués bajo su mando, renunció el mando en el Teniente General Sir John Hope, que había llegado de Irlanda el día anterior.

 

                        (Clica sobre las páginas inferiores para desplegarlas)

 Domingo. 10 de Octubre de 1813.

                         Aparece un nuevo cuarto artículo en el "Duende de los Cafées".

                        "EL DUENDE DE LOS CAFÉES"

                        DEL LUNES 10 DE OCTUBRE DE 1813

                         San Sebastián destruida

                        Segunda parte

                     No ha sido mi ánimo el desacreditar a la nación inglesa, publicando los desórdenes y excesos de alguna parte de sus tropas; pero sí el poner los medios propios de un español amante de su patria para corregirlos, avisando a sus gefes, que del daño que han causado aquéllas, se resiente atrozmente la nación; que ésta es noble y heróica; que ha salido ya del estado de esclavitud en que yacía sumida: que desea afianzar más y más la alianza con la Gran Bretaña, pidiendo que se atajen estos males, los quales en su principio pueden tener fácil remedio, y que si se dexasen pasar, podría tener su repetición funestísimas consecuencias.

                     Todo hombre sensato desprecia altamente las hablillas de algunos mamarrachos indignos del nombre español, que no tienen embarazo ni vergüenza para decir que el Duende hace mal de publicar, que los ingleses que entraron en S. Sebastián se excedieron en su conducta; que esto se debe callar y sufrir, para no dar un disgusto al gabinete británico. ¡Pícaros! ¿No sabéis que su ilustración ama más la justicia que lo que vosotros deseais la esclavitud de vuestra patria? El pueblo inglés celebrará que nosotros contengamos el desenfreno de algunos de sus ciudadanos que se desmanden en las acciones y ofendan el candor y la buena fe de los españoles. Con ella ha sostenido siempre las ventajas en sus tratos, y la bella armonía de sus diplomáticas relaciones.

                     En la época presente (y con esto contesto al señor Smith) quando los gloriosos sucesos de las armas aliadas en la península han atraído y llamado, no solo la atención, sino la admiración del mundo, es quando el pueblo español, interesado en que no se interrumpa la prodigiosa marcha que llevan, ni se empañe el brillo del heroico y nunca bien ponderado Wellington, levanta legalmente, y no por medios rateros, su voz para pedir con dignidad que se atajen estos males.

                          Jamás han desagradecido ni mirado con indignación los buenos Generales los avisos y consejos que se les han dado, tanto para la conservación de las tropas que mandan, quanto para la corrección de los excesos que pudieran cometer. El Sr. Smith debe tener esto presente, y que en los hombres hay intermedios desgraciados en los que suelen dominar los errores del apetito y de la fantasía. De estos nacen los homicidios, los robos y las atrocidades, el despótico e injusto imperio de la voluntad y ambición sobre el de la ley y la razón, el qual, tanto en Inglaterra como en España y en las naciones civilizadas, se destruye, primero por los medios suaves que dicta la prudencia, ya sea reconviniendo a los extraviados, ya desengañándolos de su error, y usando por último, quando persisten contumaces, de la fuerza.

                        Los españoles siempre heroicos, siempre generosos y siempre agradecidos no tratan ni han tratado jamás de tomar venganza de un agravio sin que primero hayan usado los medios que dictan la razón y la ley para corregirlos y contenerlos. Estas solas son las que pueden conservar ilesa nuestra alianza, la unión fuerte que actualmente destruye las huestes enemigas, y formar para siempre Reynos felices donde la reputación de las armas conserve la abundancia, donde las lanzas sustenten los olivos y las vides, y donde Ceres valiéndose del yelmo de Belona, consiga que en ellos crezcan seguras sus mieses.

                        En el Duende del 27 de setiembre no se hacen injustas reflexiones contra las tropas británicas; se refieren los hechos atroces que han cometido en S. Sebastián algunos soldados ingleses, a quienes es preciso contener, o con la reconvención, o con el rigor de la ley.

                        No ignoramos los desastres peculiares a un asalto y por lo mismo hemos extrañado y nos duelen altamente los causados después de él. El Sr. Smith llama desgraciado a aquel pueblo, y le pregunto. ¿Se tenía por tal aquella ciudad el día que entraron las tropas aliadas en ella? No por cierto: se tuvo por muy dichosa al ver en su seno a los libertadores: ya no temía los insultos, las atrocidades y los ultrages de los franceses; ya se creía segura y en disposición de respirar un aire libre; pues si tan feliz se consideró en aquel instante, ¿quién la hizo después desgraciada?

                      Yo venero, como debo, las razones de disculpa que el Sr. Smith dá en su artículo; pero no puedo menos de copiarle una carta que se me ha remitido por un conciudadano mío, que ha sido testigo de vista de toda la catástrofe, y es como sigue:

                       Zarauz, y setiembre 22 de 1813.

                   Muy Sr. mío y amigo: Después de confirmar a Vd. el contenido de mi precedente 19 del corriente, paso a hacerle una relación de lo mucho que hemos tenido que sufrir con la venida de nuestros aliados, en la que fue ciudad de S. Sebastián.

                     A las once de la mañana del 31 de agosto se dio principio al asalto de la plaza por los ingleses y portugueses, y a la una y media entraron en la ciudad por la brecha, y les vimos correr por las calles tras de los enemigos; estos a pesar de tener fuertes trincheras con zanjas en todas las esquinas, as abandonaron sin mucha resistencia, y dexando todo sembrado de muertos y heridos, se dirigieron con el mayor desorden al castillo. Todos los habitantes estábamos retirados en nuestras casas orando al Dios de los exércitos por la victoria de nuestros aliados, y dándonos ya el parabien de vernos libres de la esclavitud francesa al cabo de cinco años: atónitos veíamos la serenidad de las tropas, dando quartel al enemigo que encontraban con las armas en la mano. Quando ya se acababa el tiroteo y suena el clarín de la victoria, los alcaldes y demás municipales abren los balcones de la casa de la ciudad, saludan y victorean a sus libertadores y restauradores con pañuelos blancos en la mano, baxan al zaguán a darles la enhorabuena y a estrecharlos entre sus brazos; no contentos con esto, corren a la misma brecha a cumplimentar y prestar obediencia al general inglés... El pueblo de su parte, no pudiendo contener su alegría, principia a salir a los balcones y ventanas a hacer sus vivas.

                         Pero ¡o momento cruel y desgraciado! a los que así salen, es disparan, hieren y matan. En seguida principia el más horroroso saqueo que ha continuado mientras ha habido que robar; es decir, siete u ocho días y noches. Con este motivo han cometido infinidad de muertes con los pacíficos habitantes, han violado a todas las mugeres sin distinción ni a la niñez ni a la ancianidad; y en fin han hecho quanto de malo se puede uno figurar. Aún no se sacian su crueldad e inhumanidad, han incendiado por último, la ciudad y todos los efectos; papeles, libros de comercio, numerarios, la bella Plaza Nueva y su magnífica casa de la Ciudad y Consulado con sus preciosos archivos: todos, todos han sido víctimas de las voraces llamas; de modo, que, de quinientas noventa y cinco casas que había no existen más que quarenta, quedando las demás hechas una porción de escombros, sin que se puedan conocer ni aún las calles que están intransitables.

                         El primero de setiembre permitió el General la salida a los desgraciados habitantes. Pero ¡qué espectáculo tan triste! Allí se vieron salir venerables sacerdotes ancianos, todos maltratados, descalzos y sin sombreros; las esposas rodeadas de sus hijos, llorando la desgracia de tener que dexar entre las ruinas a sus maridos muertos o moribundos; una infinidad de mugeres heridas y algunas embozadas con manteos viejos para cubrir su desnudez; en fin todos pálidos, con ropas agenas, y de modo que no nos podíamos conocer unos a otros. Sin embargo de vernos en estado tan lastimoso, nada se compadecían; al contrario pedían dinero, y nos arrancaron aún lo que llevábamos puesto; y no nos considerábamos seguros hasta habernos apartado de su vista. ¡Qué horror! ¡qué crueldad! ¡qué fiereza! Tal es pues el quadro que presenta la desgraciada ciudad de . Sebastián y sus infelices habitantes. Tal la recompensa de su constante fidelidad y amos a la nación y al Rey, de que dió pruebas bien manifiestas en el singular recibimiento que hizo al Infante D. Carlos, y en el alto desprecio con que miró al intruso José en medio de estar entre las bayonetas enemigas y haberse presentado con toda su grandeza. Pero en medio de haber sido tratados por nuestros aliados y amigos mucho peor que por los mismos franceses, no nos olvidamos de que somos españoles. En efecto, hemos publicado y jurado la Constitución sobre las ruinas de nuestra patria, derramando copiosas lágrimas al considerar la magestad y grandeza con que lo hubiéramos hecho en otras circunstancias; pero manifestando a todos el más acendrado patriotismo. Con esto tenemos la satisfacción de haber puesto el sello a las grandes pruebas que antes que ahora tenemos dadas de nuestra fidelidad y adhesión a la justa causa que defiende la nación, pudiendo decir con verdad que no hay en España, ciudad, villa ni lugar, que presente semejante exemplo.

                        Hemos leído en la gaceta de Madrid del 14 un capítulo en el que para suavizar los horrores de . Sebastián han insertado que afusilaron cincuenta soldados y ahorcaron nueve; todo falso; pues ni a uno siquiera se les ha castigado. Mejor harían con publicar que, durante el sitio de dos meses que ha sufrido, han entrado en el puerto sobre ochenta embarcaciones, contribuyendo esto en mucha parte a la obstinada defensa que han hecho los gabacho con la esperanza de refuerzos que les prometía Soult. ¡Qué vigilancia la de nuestros aliados para cortar la comunicación a una plaza sitiada! Mejor harían también con poner que la guarnición ha hecho desde el castillo una capitulación honrosa conservando sus mochilas y equipages, quando al pobre habitante le han dexado desnudo.

                       Conozco que me he extendido demasiado; mas ha sido efecto del grande sentimiento que me asiste. Concluyo con decir a Vd. que el padre y yo nos hemos libertado de entre las garras de la muerte, y que a mí me arrancaron hasta la camisa que tenía puesta.

                      Deseo que Dios libre a Vd. de semejante catástrofe y que disponga quanto fuere de su agrado de su afectísimo y seguro servidos Q.S.M.B. = J.R.B.

                     Todos los españoles celebrarían con extraordinario júbilo que alguno probase que son falsas las funestas noticias que nos dá esta carta; pero por desgracia son demasiado públicas, y hay en Cádiz otras muchas que las comprueban.

                      Excítese el zelo del ilustre lord Wellington; instrúyase completamente de todo; no se le obscurezca con sombras la verdad, y por este medio conseguiremos que no se reproduzcan iguales escenas de dolor que reclaman imperiosamente una satisfacción legal.

Lunes. 11 de Octubre de 1813.

                       Nuevamente Wellington se defiende escribiendo una carta a su hermano en la que intenta que este mueva sus conexiones, presionando a las autoridades españolas sobre las posibles repercusiones tanto de la denuncia del Jefe Político de Guipúzcoa, como de la publicación del "Duende de los Cafées".

                      Este día, los comisionados por la ciudad de San Sebastián escriben una nueva carta a la Diputación de Guipúzcoa en los términos que podemos leer en el documento que adjunto. De su lectura se puede entresacar, entre otros muchos detalles,  la falta de ayudas, y la insolidaridad de las gentes de la provincia, hecho que se ve en el trapicheo extendido por todo el territorio con los efectos y mercancías robados en la ciudad.

                        Exmo. Señor:

                       Con fecha de 30 del mes de septiembre último el Ayuntamiento de la ciudad de San Sebastián representó a V. E. muy por menor el infeliz estado de su corto vecindario, los obstáculos que se hallaban, no solamente para su aumento, sino también para la permanencia de las pocas familias reunidas a contemplar los desastres del infeliz pueblo en que nacieron con la esperanza de la protección de V. E. y la de los socorros de sus compatriotas guipuzcoanos y finalmente pidió a V. E. el corto auxilio de 30 o 40.000 reales de vellón para atender a las primeras urgencias.

                        Seríamos injustos si acusásemos a V. E. de indiferencia o tibieza sobre la desgraciada suerte de los habitantes de la ciudad de San Sebastián, pero comisionados por ella para todas las reclamaciones en su favor no podemos prescindir de reiterarla con la mayor eficacia todo los expuesto por el Ayuntamiento a fines del mes de Septiembre.

                       Apenas llegan a 300 los habitantes que hoy existen dentro de la ciudad, tampoco es considerable el número de los que se han establecido por ahora en los pueblos de la provincia, la mayor parte de los que antes del incendio residían en San Sebastián anda errante por los pueblos y caseríos del país, los clamores de los miserables excitan la piedad de las personas a cuyos hogares se acogen, pero los más compasivos sufren una carga pesada que repartida proporcionalmente sería más tolerable y cesaría gradualmente si la pequeña parte de vecinos que se halla reunida entre las ruinas de su patria fuera auxiliada de un modo que facilitase su permanencia y aún alentase a los dispersos a una reunión progresiva.

                        Por desgracia nuestra, son grandes los escollos que hoy se presentan para que pueda realizarse esta lisonjera esperanza.  La guarnición que existe es la misma que el 30 de septiembre, y hay temores fundados de que se aumente a causa de las muchas obras de fortificación que hay proyectadas. El número de oficiales es cada día mayor y los medios pecuniarios y demás recursos de la ciudad y sus habitantes están tan agotados que debemos considerar casi imposible el que no se vean los pocos vecinos que hoy residen en San Sebastián en la dura necesidad de abandonar enteramente este pueblo, si con prontos y eficaces socorros no se consigue el evitarlo.

                         Estamos muy penetrados de las difíciles circunstancias en que V. E. se halla. No se nos oculta tampoco el estado de los demás pueblos de esta provincia que sólo comparado con el de San Sebastián puede no graduarse de desgraciado. V. E. debe estar bien convencida de la trascendencia de las calamidades de nuestra ciudad a la suerte futura de lo restante de Guipúzcoa y de lo que interesa toda esta provincia en el restablecimiento de aquella, pero aún estas reflexiones son superfluas cuando se dirigen a una autoridad cuyo patriotismo es el agente principal de sus operaciones.

                       Dígnese pues V. E. atender a nuestras urgencias con los socorros pecuniarios y demás que lo permitan las circunstancias, de representar al Lord Duque, a la Regencia del reino o donde crea oportuno sobre nuestra desgraciada suerte procurando también vencer los obstáculos que se oponen a que San Sebastián sea habilitado.

                      Creemos al mismo tiempo deber hacer presente a V. E. el escandaloso tráfico que se está haciendo no sólo en los puertos de Vizcaya sino también en los de Guipúzcoa y aun en algunos pueblos del interior de esta provincia, con los efectos robados por los aliados en San Sebastián y vendidos a vil precio a una multitud de personas que concurrieron al público mercado o feria que hubo en los primeros días de septiembre en las inmediaciones de aquella ciudad, aumentando este espectáculo el intenso dolor a que estaban entregados sus habitantes.

                       Vemos con harto rendimiento que las providencias oportunas dictadas por V. E. para la restitución de estos efectos no han tenido resultado que debía esperarse y no dudamos que exhortará de nuevo por medio de los párrocos y aún ordenará a las justicias la ejecución de todo lo que crea conducente a este objeto.

                      Exmo. Sr.

                    A la disposición de V. E. sus más atentos y rendidos servidores.

                  Usurbil 11 de Octubre de 1813.

 José Ignacio de Sagasti, Joaquín Luis de Bermingham.

(A. P., Sec. 1ª, Neg. 22, Leg, 29)

Jueves. 14 de Octubre de 1813.

                         Nuevamente el "Duende de los Cafées" imprime un nuevo artículo, y es el quinto.

                         "EL DUENDE DE LOS CAFÉES"

                          DEL LUNES 14 DE OCTUBRE DE 1813

                          San Sebastián destruida

                          Tercera parte

                         Para comprobar más que son ciertos los hechos que en mis números 58 y 71 se refirieron, me veo precisado a copiar el artículo siguiente que inserta el "Ciudadano por la Constitución" número 156 que se publica en la Coruña y es como sigue:

                         Hernani, setiembre 9 de 1813.

                          Muy Sr. mío: La suerte más horrorosa que ha cabido a la que fue ciudad de San Sebastián y a sus beneméritos habitantes, dudo que tenga exemplo en las ciudades más destruidas que la historia nos presenta; y si se añaden las circunstancias que aumentan esta desgracia, creo que no es probable el que jamás suceda tan espantosa catástrofe.

                        El pueblo de San Sebastián desde el principio de nuestra santa insurrección, descubrió entre sus propios enemigos que le dominaban, un patriotismo que yo no puedo pintarlo como deseo. Tuvo la gloria de ser el primero que despreció públicamente al Rey intruso, con demostraciones tan vivas, que sus dignos habitantes se pusieron en peligro de ser castigados severamente: mas los enemigos, no creyendo oportuno por entonces executar su venganza, reservaron hasta un año después, en que una noche arrestaron y los conduxeron a Francia a quince sugetos de los más clásicos del pueblo.

                          A pesar de los muchos y grandes reveses que nuestros exércitos sufrieron, nunca se extinguió en aquél pueblo la llama ardiente del amor a la patria, ni la esperanza de ver algún día rotas las cadenas con que se veía esclavizado por la más negra tiranía. En varios golpes mortales que los franceses descargaron sobre aquellos dignos habitantes, con prisiones de sus conciudadanos, contribuciones, etc., se consolaban siempre al recordar en el día de su libertad, que sería el de venganza para sus enemigos.

                         En este estado pasó aquel pueblo más de cinco años, al cabo de los quales vio con indecible gozo que los exércitos nuestros y aliados sitiaron a aquella ciudad, y sus fieles habitantes desde las azoteas de las casas observaban continuamente y casi sin separar la vista, los campamentos, baterías, reductos, etc., que iban formando los sitiadores. La perspectiva que presentaban aquellos campos era para ellos la más hermosa de quantas habían visto en su tiempo; y por más incomodidades que sufrían, como era regular durante el sitio, de nada hacían caso, al considerar aquel gran día que llamaban ellos de redención y libertad , de felicidad y de gloria; mas, ¡ah!, llegó al fin este día, pero muy diferente del que aquellos honrados españoles lo esperaban.

                           El 31 de agosto último al mediodía, los ingleses y portugueses entraron por asalto en aquella ciudad, y los desgraciados habitantes de ella que creían haber llegado la hora que en cinco años de penas y martirios habían deseado con ansia, corrieron apresuradamente a las ventanas y balcones a mostrar su reconocimiento, vitoreando a los que ellos llamaban ya sus libertadores: mas ¡quál fue su extrañeza al ver que estos mismos, ingratos a los tiernos sentimientos que les mostraban, disparasen contra el pueblo, y que dexando de perseguir a sus enemigos los franceses, y perdonando la vida generosamente a los que cogieron con las armas en la mano, se ensangrentaban en aquellos habitantes!

                           Los ingleses y portugueses entraron en las casas y aunque en ellas hallaron  a la tierna esposa derramando lágrimas sobre el cuerpo moribundo de su esposo, atravesado de las mismas balas que le habían disparado, lejos de compadecerse y tener algún miramiento a vista de tan tristes objetos, parece que solo aumentaban su rabia y sed por la sangre inocente. Dieron, pues, principio al saqueo más horroroso y a la violación más escandalosa, sin respetar ni a jóvenes ni a ancianas, a casadas ni a solteras,; y su crueldad llegó a tal punto que después de exercer todas las maldades de la lascivia, mancharon sus inmundas manos en la sangre de aquellas virtuosas almas, sin que fuesen bastantes a impedirlo los ayes lastimosos de las infelices criaturas..No se contentaron aún con esto sus torpes apetitos, pues al espirar aquellas justas criaturas... las mancharon con nueva afrenta...

                       ¡Qué de horrores no cometieron estas tropas en los desgraciados habitantes! ¡Quantas muertes y asesinatos, al mismo tiempo que, como queda dicho, perdonaban y trataban con el mejor cariño a los soldados franceses que en medio del asalto los cogían con las armas en la mano...! ¡Qué contraste! Pues no hay duda, sucedió así. Los habitantes recibieron de sus aliados el saqueo, la violación, la muerte y el asesinato; y los franceses, de sus enemigos, las mayores demostraciones de generosidad.

                     ¿Y quién creerá que su furor, qual león sangriento contra la mansa oveja, no se sació con la execución de todos los horrores que dexo referidos? No se sació, no: su malignidad tenía aín preparado el mayor mal, y que nadie era capaz de preveér, ni menos de creer por su trascendencia; pero los aliados lo pusieron en planta.

                          Dieron, pués, fuego a la ciudad por varios puntos, y ocho días de llamas han consumido la más bella de las Españas, reduciendo a solas quarenta casas las seiscientas que se contaban en el recinto de sus murallas. Los pobres habitantes que se salvaron de las balas, bayonetas e incendio, desnudos y hambrientos, y muchos lastimados con golpes, corrían en dispersión despavoridos, pidiendo un pedazo de borona para alimentar la vida que les había quedado, y unos trapos con que cubrir sus carnes y heridas; mas, ¡ay!, que muchos serán víctimas de la hambre y de la intemperie; pues los pueblos de la provincia de Guipúzcoa, asolados por los enemigos en más de cinco años que los han dominado, no se hallan en disposición de poder recibir y socorrerlos aunque lo desean. ¡Qué ser, pues, de ellos! Ya lo dexo indicado, y sucederá así, si el gobierno no toma medidas para socorrer a estos infelices.

                      Esta ha sido, pues, la suerte de a ciudad de S. Sebastián y de sus beneméritos habitantes, y la recompensa de cinco años de fidelidad que en medio de la más grande esclavitud ha mantenido a la patria y a su adorado Rey Fernando, aprisionado con la misma traición que lo habían sido ellos.

                        No se crea que yo hago una pintura exagerada; al contrario, estoy bien cierto que el que lee esta relación no podrá figurarse ni con mucho la quarta parte de los horrores cometidos en S. Sebastián y sus habitantes. Quien dude de esta verdad, que se traslade a las ruinas de esta ciudad, y que recorra después las caserías y pueblos comarcanos para examinar a los moribundos habitantes, y quedará desengañado: más el que no quisiera tomar este trabajo, a lo menos pregunte a sus amigos de estos contornos, sean paisanos o militares, y su respuesta será un documento que les hará ver la cortedad de quanto llevo mencionado.

                        Antes de concluir este escrito pido a Vd. Sr. editor, que en unión con esta relación se sirva insertar en su apreciable periódico el soneto que va a continuación, y es copia  del que ha compuesto un amigo mío, cuyo nombre no puedo descubrir.

                        Es de Vd. Sr. Editor, el más atento servidos Q.E.S.M.

                                                                                                 J.M.C.

                       SONETO

 ¡Qué influxo universal de malignos hados

e qual inescrutable providencia

Hace que nos reduzca a la indigencia

la manos por que creímos ser salvados!

¡Nuestras casas saqueadas, profanados

los tesoros de amos y de inocencia:

la niñez, senectud y adolescencia

violados por bárbaros soldados...!

Saciada la lascivia se ensangrienta

en el objeto de su ardor insano

que sufre en la agonía nueva afrenta.

Se abrasó la ciudad, el ciudadano

o parece infeliz, o si se ausenta

va a mendigar... ¿Piedad, Dios soberano!

 Viernes. 15 de Octubre de 1813.

                      Los comisionados del Ayuntamiento dirigen una nueva carta a Lord Wellington. Todavía no pierden la esperanza de verse ayudados por el hombre más poderoso de la península, aunque lamentablemente veremos, tan sólo medio mes más tarde, que este Generalísimo inglés se desentenderá totalmente de los problemas ocasionados en la inocente población civil por la conducta y barbarie de sus tropas. Su fría contestación, con la que pone unilateralmente fin a las relaciones con las autoridades de San Sebastián se producirá el 2 de Noviembre de este año.

                         "Comisionados por la ciudad de San Sebastián y sus principales vecinos para reclamar en favor de ella y sus habitantes dispersos cuanto podían conducir al alivio de una multitud de familias desgraciadas creímos de nuestra obligación el excitar la piedad de V. E. en una representación que con fecha de 8 de septiembre tuvimos el honor de dirigirle desde el barrio de Zubieta, jurisdicción de la ciudad.

                        Nos limitamos en ella a indicar a V. E. sucintamente las horribles desgracias de nuestra patria, a solicitar el favor de sus desvalidos habitantes, un pronto socorro y a manifestarle una ciega confianza en su protección para la regeneración de un pueblo, tan sobresaliente en patriotismo, como ha sido el de San Sebastián.

                        Dista mucho de nosotros la idea de que V. E. no aspire a colocar entre los muchos honoríficos títulos tan justamente merecidos el de nuestro restaurador.

                         Ni la respuesta a nuestro oficio de 8 de septiembre que el Sr. O'Lawlor se ha servido dirigirnos en nombre de V. E., y con fecha del 15 del mismo, ni la que el mismo Sr O'Lawlor ha hecho a la ciudad en fecha de 18 de septiembre último en contestación a un oficio de aquella de 12 del mismo, han desimpresionado nuestro concepto.

                      La ciudad de San Sebastián era el centro de reunión de los capitales que fomentaban el comercio e industria de esta provincia, la destrucción de la primera es la precursora de la ruina de esta última.

                       Los habitantes de la ciudad se gloriarán eternamente de los extraordinarios sacrificios que hacen por el bien general en la causa que la Nación sostiene con el poderoso apoyo de la Gran Bretaña y el de un ejército invencible, bajo las órdenes de tan digno jefe: se resignarán gustosos a padecer las privaciones momentáneas dimanadas de la catástrofe ocurrida el día del asalto de la plaza y los sucesivos. El amor a la patria sofoca en ellos todos los sentimientos ocasionados por los males parciales, cuando éstos proporcionan ventajas o satisfacciones para el bien general.

                         Los comisionados, Sr. Exmo., tenemos la satisfacción de manifestar a V. E. los nobles sentimientos de los vecinos de San Sebastián tan propios de su carácter.

                         Convencidos de que los grandes sacrificios que hace la Gran Bretaña en favor de nuestra causa y la necesidad de atender aun a la subsistencia del ejército español, no permiten a V. E. el socorrer a los indigente s de San Sebastián, no debemos insistir en lo relativo a este punto, pero no podemos prescindir de hacer los recursos que se juzguen oportunos para conseguir la indemnización de las pérdidas que se han experimentado.

                          Los males parciales sufridos por los propietarios y vecinos de San Sebastián son notorios. Las ventajas proporcionadas con este sacrificio al bien general lo son igualmente y la reclamación a la indemnización parece justa. Los recursos de la ciudad y sus comisionados sin el apoyo de V. E. pudieran ser débiles, la decisión lenta y su éxito dudoso. Recomendados por V. E. a los respectivos gobiernos prometerían los más felices resultados. ¿Y qué no debería esperarse si V. E. dignándose dispensar su poderosa protección a la infeliz ciudad de San Sebastián reclamase directamente en su favor los socorros que tan justamente solicita?.

                           ¡Ah! ¡Y qué día tan glorioso sería para los desgraciados aquel en que V. E. por un impulso de su generoso corazón prometiese su protección a los habitantes de San Sebastián!

                          Se olvidarían las penas y trabajos sufridos, se consolidaría la resignación para los venideros y una confianza ilimitada en V. E. desvaneciendo aún la memoria de los desastres de más de cinco años, infundiría nuevo ardor al constante patriotismo de todo este país.

                         El estado lastimoso de la ciudad y sus habitantes va en progresión creciente de día en día. Nuestros compatriotas guipuzcoanos no se hallan en estado de socorrernos sino debilmente. No podemos prescindir de poner en consideración de V. E. nuestra situación, suplicándole con las mayores veras se digne declararse nuestro protector.

                         Somos con la más alta consideración de V. E. muy rendidos servidores.

                         Usurbil 15 de Octubre de 1813.

                       Por comisión especial de la ciudad: Joaquín Luis de Bermingham, José Ignacio de Sagasti".

 (A. M. Sec. E, Neg, 5, Ser. III, Lib, 2, Exp. 4).

Sábado. 16 de Octubre de 1813.

                        El Mariscal Wellington dirige otra carta a su hermano el embajador inglés, en la que es interesante recuperar uno de los párrafos en el que se refiere a su amigo el General español Álava.

                       Este día aparece un nuevo artículo en un rotativo británico, en el que se vierten más calumnias sobre los hechos que empañaron las glorias del ejército británico.

                               THE PILOT

                            Londres 16 de Octubre de 1813

                           De uno de los corresponsales de "The Pilot".

                          Extractos: Los cortes en esta carta han sido producidos por nosotros, habiendo seleccionado ayer los pasajes que parecían más particularmente relacionados con la gran medida relativa a la invasión de Francia, anunciada como habiendo sido llevada a efecto subsiguientemente a esta fecha:

                         Pasajes, columna de reserva, 29 de Septiembre.

                           San Sebastián era una ciudad muy bella, pero ella fue casi destruida por el fuego británico en el último sitio, y la situación de los habitantes no se ha mejorado mucho desde la rendición; por ello es incuestionable que ellos eran completamente partidarios de los franceses, quienes, en cuanto malos patriotas y españoles, ustedes serán los menos sorprendidos cuando conozcan que por la vecindad de la plaza con Francia y por disponer cada parte lo que la otra desea - cosa que presenta una mutua conveniencia de comercio y de mercado recíproco -, los    donostiarras tenían más relación con sus vecinos franceses que con sus propios vecinos compatriotas. Tenían la reprobable costumbre de enviar a sus hijos a Francia para ser educados, los cuales asimilaban las costumbres francesas y no tuvieron dificultad de hacer acatamiento cuando se establecieron entre ellos. Pero bien que venga a cuento, esto no hace a aquéllos que han actuado más gratamente para nosotros. Los labradores de los pueblos en torno son una gente totalmente diferente. Por eso no sienten piedad por los donostiarras, quienes, teniendo las casas arruinadas en la causa de los franceses, han sido dejados para construirlas sin asistencia o conmiseración a los ojos de los ingleses. Estos españoles josefinistas han sido vituperados alguna vez por comparación con los portugueses realistas que han sido indemnizados por el Parlamento inglés y por pública suscripción entre el pueblo inglés; y ellos asumen el vilipendio, sino en el punto del honor, al menos en el punto pecuniario. Los franceses realizaron una defensa muy desesperada en San Sebastián y llevaron su furia hasta tal extremo que en el último asalto cargaronminas en la brecha para destruir a las tropas británicas en el momento del asalto; pero las explosiones se realizaron antes de que se retiraran ellos mismos y la destrucción que habían organizado contra nosotros, cayó sobre ellos mismos. Los soldados franceses en esta ocasión en verdad horrible fueron vistos muy claramente arrebatados en el aire, y piernas, brazos, cabezas y miembros cortados salieron disparados en todas direcciones! Ellos estaban, en definitiva, muy obstinados en defender sus posiciones y parece como si pensaran ir tan lejos en mantenerse en Pamplona como lo han hecho en la defensa de San Sebastián.

Martes. 19 de Octubre de 1813.

                          "EL DUENDE DE LOS CAFÉES"

                           DEL MARTES 19 DE OCTUBRE DE 1813

                           Calificación que la Junta Provincial de Censura ha dado

                           a los números 58 y 65 de este periódico, delatados a

                            S.A. por el Embaxador de S.M.B.

                          D. Manuel María Fernández, secretario de la Junta Censoria de esta Provincia = Certifico: que en el libro de actas de la mencionada Junta se halla inserta a las páginas 285 una, cuyo tenor a la letra es como sigue:

                         En la ciudad de Cádiz, a trece días del mes de octubre de 1813, congregada la Junta Censoria de esta Provincia en casa de su vice-guión presidente, celebró cesión, a la que se dio principio por la lectura del acta de la anterior. Siguió la de un oficio del Sr. Secretario del Despacho de Gracias y Justicia, encargado del de Estado, fecha 9 del actual, con el que remitía de orden de la Regencia del Reyno a examen y calificación de la Junta los números 58 y 65 del periódico titulado El Duende de los Cafées do (sic) 27 de setiembre último y 4 del que rige, denunciados a S.A. por el Sr. Embaxador de Inglaterra, como calumniosos a la nación británica, sus generales y tropa. Se leyó así mismo otro oficio de fecha del 11 del Sr. secretario del Despacho de la Guerra, encargado del de Estado, en el que avisaba que el referido Embaxador había acudido de nuevo a delatar ante la Regencia como libelo torpe y atroz contra el gobierno inglés y dirigido a introducir discordia entre los (sic) naciones aliadas el párrafo del número 58, página 251 de dicho periódico, que empieza: Discurrimos sobre estos hechos, etc.; y cómo libelo atroz contra el lord Wellington la carta íntegra inserta en el número 65 firmada El guardián de la fragata Mercedes; en cuya atención acompañaba a su oficio los citados números para los fines que van expresados.

                             Previa, pues, la competente atenta lectura, teniéndose en consideración por los vocales que ambos eran relativos en los quales no podía menos de interesarse la sensibilidad de toda la nación, en caso de que fuesen ciertos; y observándose juntamente que el autor o autores de los dos papeles se limitan a presentarlos como dignos de un exemplar castigo, mostrando que no puede haber español que no tome alguna parte en acontecimientos tan desagradables como deben parecer los que se refieren en uno y otro impresos, creyó la Junta que debía acordar en justicia, como acordó por unanimidad de sufragios, declarar ambos escritos exentos de toda tacha legal; quedando a salvo al denunciador el demandar de calumnia a su autor o autores ante el tribunal a quien corresponda, si en la narración de los hechos hubiese intervenido falsedad, etc., etc., etc.

Martes. 26 de Octubre de 1813.

                      Wellington envía una nueva carta a su hermano Henry. En su contenido podemos ver que se han realizado investigaciones internas entre los oficiales al mando de las tropas, e incluso entre los oficiales prisioneros franceses. Aparece un nuevo descargo por parte de los aliados, justificando el sufrimiento padecido por la ciudad. Acusan a los habitantes de San Sebastián de haber ayudado al enemigo con las armas en la mano, disparando incluso contra los soldados aliados. Aparecen incluso declaraciones del segundo en el mando francés, ahora prisionero, el Caballero De Songeon, corroborando esta visión colaboracionista de la ciudad.

                          De manera inconsciente han admitido los hechos que se sucedieron desde el mismo momento en que intentan justificarlos.

                        Incluso la mención a que el Ayudante del Provost, o policía militar, enviado informa que se produjeron muchos castigos contra los culpables del saqueo, es otra manera de afirmar que este realmente se produjo con una magnitud y crueldad muy superior a los anteriormente cometidos en la península (Clica la página de la derecha para desplegarla).

Sábado. 30 de Octubre de 1813.

                           Wellington escribe una nueva carta a su hermano Henry, en la que se sigue mostrando totalmente disgustado, ya no sólo con los que han publicado lo que califica de libelos, sino también contra la prensa española a la que califica como libertina, y a la justicia española que no penaliza estos actos convenientemente. Termina la carta con una frase muy concisa:

                             " (...) pero si tuviera que decidir yo, no mantendría al ejército en España ni durante una hora".

                        Durante el mes de Octubre, sin una fecha clara, el Ayuntamiento de la ciudad también se pondrá en contacto con la Regencia del Reino. Los términos que podemos leer en esta carta son más duros y menos diplomáticos que en misivas anteriores. En sus líneas se acusa directamente, sin tapujos ni dudas, a las tropas aliadas como autoras de la barbarie que han sufrido las gentes de la ciudad y de la quema de la misma.

                           "Serenísimo Sr.

                         San Sebastián no existe ya: dos meses hace que esta infeliz ciudad, después de saqueo espantoso y de todas las atrocidades inseparables de él, fue reducida a cenizas por la barbarie de nuestros aliados.

                           El Ayuntamiento de la ciudad tendrá el honor de dirigir a V. A. muy en breve una información jurídica, la completa prueba de los hechos más atroces de que hay memoria en la Europa civilizada.

                          Nuestro silencio hasta ahora no ha sido criminal, las razones en que se ha fundado serán aprobadas por V. A. y aplaudidas por toda la nación.

                         Apenas se recobraron algún tanto las autoridades y vecinos más notables de esta ciudad, del abatimiento y asombro que les causó la espantosa destrucción de su patria, cuando se juntaron en Zubieta, pueblo de su jurisdicción.

                     En esta primera reunión ninguno manifestó los justos resentimientos inevitables en su situación. Todos unánimemente los sofocaron en favor del bien general y la Junta se limitó a nombrar una comisión que reclamase en favor de esta desgraciada ciudad, cuando creyó oportuno, aprobando el día ocho una representación dispuesta para el Exmo. Sr. Duque de Ciudad Rodrigo, y en fijar día para el nombramiento del Ayuntamiento cuyos actos se verificaron entre escombros, con entusiasmo y lágrimas el 12 y 19 de septiembre.

                       Poderosos motivos y los más nobles sentimientos, dictaron nuestra conducta.

                      Nuestros justos clamores hubieran podido producir funestas consecuencias, en un tiempo en que las armas aliadas llenaban de admiración y asombro aún a los esclavos de Napoleón y en que el General Mina con varias incursiones hechas en el territorio enemigo, había disipado ya en los pueblos limítrofes los temores que podían haber concebido de nuestra venganza haciéndoles ver que nuestras armas se dirigen solamente contra Bonaparte y sus satélites. Nuestra desgraciada suerte, ocasionada por el desenfreno de la soldadesca y la tolerancia acaso de los jefes inmediatos, no pudo desvanecer las lisonjeras esperanzas que habíamos concebido en favor de la gloriosa causa que defendemos. Dirigimos, pues nuestros votos a la Providencia de la continuación de la gloriosa carrera de nuestras armas, desentendiéndonos o posponiendo los sentimientos de patriotismo local y descansando en la noticia de que la Junta Diputación de esta provincia representó a instancia nuestra a V. A. con fecha de (¿) de septiembre, exponiendo nuestra triste suerte.

                    Estas son, Serenísimo Sr., las consideraciones que han obligado al Ayuntamiento a un profundo silencio durante dos meses, en los que se ha ocupado en adquirir datos para recurrir a V. A., en tomar algunas disposiciones para descombrar las calles, facilitara a los habitantes el reconocer los escombros de sus casas, atender al alojamiento de cuatro batallones de las brigadas de Guipúzcoa y Vizcaya que guarnecen esta plaza ocupando las cuarenta casas que han quedado habitables en términos que muchos de los constituyentes del Ayuntamiento no tienen dónde alojarse, ni se anima ningún vecino a venir a la ciudad, como desean muchos por hallarse ocupadas todas las casas por la oficialidad.

                          Esta moderación, lejos de haber contribuido al bien general, ha excitado a algunos malévolos a insultar nuestra desgracia en algunos periódicos y aunque el Ayuntamiento no pensaba molestar a V. A. hasta concluir la información jurídica en que está entendiendo, ha creído se atribuirá a pusilanimidad o a otra causa su silencio y le ha parecido conducente hacer a V. A.  esta exposición reservando el extenderse sobre la destrucción de esta ciudad, su incendio y saqueo por los aliados, acompañando los comprobantes de todos sus asertos que sin este requisito parecerían increíbles, por su singular atrocidad y barbarie sin ejemplo".

 Martes. 2 de Noviembre de 1813.

                      En este día los comisionados del Ayuntamiento mandan una nueva carta a Lord Wellington, al no haber recibido respuesta de la primera enviada el a principios del mes pasado. Casualmente la respuesta descortés del Lord inglés tiene esta misma fecha, por lo que es de suponer que los cargos municipales desconocían su existencia en el momento en que mandaron esta nueva misiva.

                            Exmo. Señor:

                   Al principio del mes pasado tuvimos el honor de dirigir a V. E. una representación sobre el infeliz estado de la ciudad de San Sebastián.

                        El no haber recibido contestación a ella no podemos atribuir sino a su extravío.

                            En este concepto tomamos la libertad de incluir a V. E. una copia de ella.

                          Permítanos V.E. que al mismo tiempo le hagamos presente que en algunos periódicos ingleses y españoles se insulta ya a nuestra desgracia no menos que a nuestro honor, fundándose acaso los autores de estos insultos en que nuestro silencio procede de algún remordimiento sobre nuestra conducta en tiempo de la dominación francesa y aún hemos visto con sentimiento que uno de los últimos ha llegado hasta el punto de suponer que nuestras calamidades no deben considerarse sino como un castigo bien merecido por nuestra adhesión a los franceses, añadiendo que esta es la opinión de toda la provincia de Guipúzcoa.

                          Nuestro silencio, Sr. Exmo., ha sido ocasionado por consideraciones mucho más importantes. Procede de un origen más elevado que las ideas de nuestros calumniadores: la catástrofe de San Sebastián no ha entibiado nuestro amor a la causa que defendemos, ni nuestro reconocimiento a la Gran Bretaña, ni tampoco disminuido nuestra admiración y respeto a las virtudes de V. E.

                          No debemos detenernos en reflexiones inútiles para la penetración de V. E. sobre el primer punto y mucho menos en lo relativo a la suposición falsa del periódico inglés, hallándonos firmemente persuadidos de que V. E. está convencido de los nobles sentimientos de los vecinos de San Sebastián.

                          Nos es dolorosa la necesidad de que lidie nuestra pluma en los periódicos en defensa de nuestro honor.

                          Tenemos la satisfacción de que nuestros escritos no se dirigen sino contra los impostores y los que han podido incurrir en algunos excesos. No confundiremos con ellos a los hombres virtuosos que lloran nuestras calamidades, aunque no podamos evitarles el triste recuerdo de ellas.

                         En este concepto no debemos vacilar en reiterar a V. E. nuestras anteriores súplicas que esperamos tendrán siempre favorable acogida.

                      Somos con la más alta consideración de V. E. muy rendidos servidores.

                    San Sebastián 2 de Noviembre de 1813.

                    Por comisión especial de la ciudad, Joaquín Luis de Bermingham, José Ignacio de Sagasti.

(A. M., Sec. E, Neg. 5, Ser. III, Lib. 2, Exp. 4).

                       En contestación a la carta enviada por los magistrados de la ciudad de San Sebastián el 15 de Octubre, el Duque de Ciudad Rodrigo responde de manera bastante descortés, cortando cualquier comunicación futura.

                         Este mismo día, Lord Wellington escribirá nuevamente a su hermano Henry, quejándose de la resolución, contraria a sus intereses, de la Junta de Censura española. No entiende como se puede dejar sin castigo unas declaraciones como las del "Duende de los Cafées", en las que se llama a todos los habitantes de España a vengar los "supuestos" actos de San Sebastián.

"EL DUENDE DE LOS CAFÉES"

DEL MARTES 2 DE NOVIEMBRE DE 1813

 

VARIEDADES

                      Ninguna nación carece de las leyes que prescribe el derecho público de la guerra, pues en todas lenguas se halla impreso; y todo gobierno cita aquellas para demostrar su debida observancia, y reclamar los daños y perjuicios, que se le siguen por su violación. Véanse los fundamentos de la mayor parte de las declaraciones de guerra que han hecho hasta aquí todas las potencias de Europa.

                           Supuesto este infalible principio, los españoles saben muy bien hasta donde llegan las facultades de un exército aliado y la conducta que sus generales deben hacer observar a todas sus tropas; pues no ignoran nada de lo que está escrito en el derecho público de la guerra.

                             Este no concede a las tropas aliadas la menor facultad para perjudicar en nada a los naturales del país donde se pelea contra los enemigos, ni permite que baxo pretexto alguno se incendien y destruyan las ciudades de la nación con quien han pactado la sagrada alianza. Por tanto, la notoria destrucción de S. Sebastián, según pública voz y fama, no podía ser indiferente a todo buen español, no podían los escritores de papeles públicos dexar de insertar en ellos artículos comunicados con aquellos vivos colores contenidos en ellos, pues todo paciente tiene un legítimo derecho de quejarse; y esto mismo lo debía tener presente el señor embaxador inglés para no molestar a la Regencia del reyno con sus repetidos oficios, llamando en ellos libelo torpe y atroz a los periódicos que mostraron la irregular conducta de las tropas inglesas en S. Sebastián de Vizcaya; pues si un exército español baxo  el pacto de aliado hubiese observado igual conducta en los estados del Sr. D. Jorge III, no se encontrarían términos en el diccionario inglés para acriminarles en los parlamentos alto y baxo.

                         Todas las naciones tienen espíritu público, pues esta qualidad no es exclusiva a los ingleses, y sabe muy bien el señor embaxador que es casi característica a los españoles, sin que jamás la confundan con el orgullo nacional para darle mayor fuerza, como sucede en Inglaterra: y si las damas inglesas vendieron todos sus diamantes para enviar un subsidio voluntario al Rey de Prusia y a María Teresa en 1742, y a la España en la presente época, también hay españolas que no sólo vendieron sus alhajas para esta guerra, sino que han hecho alistar a sus maridos e hijos, y se alistaron ellas mismas, disfrazándose de hombres para pelear pecho a pecho contra los franceses en los campos de batalla.

                         Los españoles saben que la qualidad que más sobresale en el carácter inglés, es el orgullo nacional, pues se halla en todas las clases y en todos los estados, porque le beben con la leche y le aumentan en todas las circunstancias de la vida: saben que los ingleses se precian de ser la primera nación del mundo; de ser los únicos que se pueden llamar libres, entendidos, generosos y capaces de hacer grandes cosas: y por esto les es mucho más sensible a todos los naturales de España recibir tan grandiosos y repetidos malos tratamientos de sus aliados.

                        Que el clima de Inglaterra influya en lo físico y  moral de los ingleses un carácter áspero, este debe de estar muy modificado en todos los que están sujetos a la sabia disciplina militar de dicha nación; y esta es otra de las justas causas que mueven las lastimosas producciones de los españoles a fin de que su Gobierno procure moderar prudentemente la continuación de los estragos que se executaron en S. Sebastián por las tropas aliadas, violentando las sagradas leyes del derecho público de la guerra, y en un patente desprecio de nuestro Gobierno y de todos los españoles.

                          Esto no es ser emisarios de Napoleón ni tener indiscreción ni notas de calumniador díscolo y de otras mil insulseces con que se quiere, acriminarme; sino hablar la verdad a los español puro, y que sólo aspira a mantener ileso el decoro nacional... pero reservo lo demás que tengo que decir para el día en que inserte la dura respuesta que tengo ofrecida a los ahijados del Sr. Conciso. Este tendrá también paciencia, porque la nube es muy negra.

Jueves. 4 de Noviembre de 1813.

                        La Gaceta de Madrid escribe un suplemento:

                      SUPLEMENTO DE LA "GAZETA DE MADRID"

                     DEL JUEVES 4 DE NOVIEMBRE DE 1813

                     Artículo de oficio

                    Isla de León, 20 de octubre

                Luego que la Regencia del reino tuvo noticia de las voces esparcidas sobre los desórdenes cometidos en la plaza de S. Sebastián por las tropas inglesas y portuguesas después del asalto dado en 31 de agosto último, hizo una sentida manifestación al señor duque de Ciudad-Rodrigo por medio del ministro de la Guerra, para que informase sobre el particular. Este modo de proceder de S.A.  acredita su franqueza, y la confianza que tiene en el ilustre jefe que ha conseguido victorias tan difíciles y señaladas. Porque ni su prudencia, ni su amor a la disciplina, ni su afecto a los pueblos españoles permitían dudar de que no hubiese tomado las providencias más enérgicas para castigar a los autores de las desgracias y atrocidades que se suponían.

                          El señor Duque, considerándose en este negocio no tanto como general de S.M.C., que como súbdito de la Gran Bretaña, porque lo eran las tropas que entraron en S. Sebastián, contestó al ministro de la Guerra, rogándole que sobre dichos acontecimientos se entendiesen con el señor embaxador de S.M.B., a quien informaba sobre ellos. Y efectivamente lo ha cumplido así en los términos más satisfactorios, manifestando a dicho señor embaxador que, al mismo tiempo que recibió el oficio del señor ministro de la Guerra de fecha de 28 de septiembre último, para que informase sobre las quejas contra la conducta de las tropas británicas y portuguesas, había recibido los periódicos que contenían iguales cargos contra el exército, aunque más extensos, a los quales contestaba.

                          "Dice pues que desearía poder adoptar otro medio de justificar a los oficiales complicados; pero que no habiéndolo por la lei para el desagravio por un libelo, debía contestarse con el que estaba en su mano. Comienza por el cargo en que se imputa al teniente general sir Thomas Graham haber intentado quemar la ciudad. El cargo se reduce a que la ciudad de S. Sebastián fue maltratada por su anterior y exclusivo comercio con la nación francesa en desventaja de la Gran Bretaña: cargo que no podía hacerse a los soldados, que debe suponerse que no habrían tenido idea o reflexionado mucho sobre lo acaecido antes de atacar la plaza, y por lo mismo debía recaer aquella imputación infame exclusivamente sobre los principales oficiales, que por motivos, no de política comercial, sino de comercial venganza, se suponga haber olvidado tanto sus obligaciones, que hubiesen dado órdenes o permitido el saqueo de aquella desgraciada ciudad, arriesgando así la pérdida de todo lo que habían adquirido con sus fatigas y bizarría. Por lo mismo no necesitaba asegurar que este cargo era evidentemente falso, pues se concebiría más fácilmente de lo que podía explicar los sentimientos de indignación con que procedía a justificar al general y oficiales del exército de una acusación que les atribuye el designio de robar y quemar la ciudad de S. Sebastián". "Se ha hecho, dice, quanto yo he podido por conservar la ciudad, instándome muchos vivamente para bombardearle, como el medio más seguro de forzar al enemigo a que la abandonara: positivamente me he negado por las mismas razones que he tenido para no hacerlo con Ciudad-Rodrigo y Badajoz. Y si yo abrigase tan infame deseo como el destruir a S. Sebastián por venganza mercantil u otro motivo semejante, no hubiera ciertamente podido adoptar medio más seguro que el de permitir se la bombardease.

                           No es cierto que se haya puesto fuego a la ciudad por las tropas inglesas ni portuguesas: haberlo hecho así fue una parte de la defensa del enemigo. Este la incendió en 22 de julio, antes del primer ataque para tomarla por asalto; y es constante que el fuego era tan violento el 24, que fue preciso suspender para el 25 el asalto que estaba proyectado para aquel día, y que después se ha malogrado. Yo me hallé en el sitio de S. Sebastián, el 30 de agosto, y aseguro que entonces ardía la ciudad y fue preciso que el fuego le haya puesto el enemigo, porque repito que nuestras baterías por orden expresa no han arrojado bombas a la plaza, que he visto arder la mañana del 31 antes del asalto. Es también sabido que el enemigo se ha preparado para una seria resistencia, no sólo en los baluartes, sino en las calles de la ciudad, cortando estas con depósitos de combustible, para que, poniéndoles fuego, hiciese explosión durante el sitio. Es igualmente sabido que en las calles ha sido terrible el choque entre sitiadores y la guarnición; que han hecho explosión muchos de los combustibles atravesados en ellas, ocasionando la muerte a gran número de ambas partes, e incendiando muchos edificios". Añade " que el fuego prendido en la plaza fue el mayor mal que pudo haber sucedido a los que la asaltaron, y que hicieron quanto pudieron para libertarse de él, y que por la dificultad y el peligro de las comunicaciones por medio del fuego con los puestos avanzados en la ciudad fue necesario retirarlos casi todos".

                          Tocante al saqueo de la ciudad por los soldados, " yo soy el primero, dice a confesarlo, porque sé que ha sido cierto. Me ha tocado la suerte de tomar muchas ciudades por asalto, y siento añadir que nunca he visto ni oído de ninguna tomada de este modo por ninguna tropas, sin ser saqueadas. Es una de las perniciosas consecuencias que acompañan a la necesidad de un asalto: fatalidad que todo oficial llora, no sólo por el mal que causa a los desgraciados habitantes, sino por la relaxación de la disciplina, y el riesgo que se corre de perder todas las ventajas de la victoria en el momento mismo en que se ganan".

                       Pasa luego a lamentarse de que era duro que así él como sus oficiales generales fuesen tratados como lo eran por el autor de las quejas y desenfrenados libelos, sólo por haber sucedido un mal inevitable en el cumplimiento de un gran servicio y adquisición de una gran ventaja; pues, sin embargo, de estar convencido de que era imposible impedir el saqueo de una ciudad en iguales circunstancias, podía probar que en aquella ocasión se había cuidado particularmente de precaverlo. Para cuyo efecto había dado las órdenes más terminantes, previniendo se instruyese a los oficiales de la particular situación de la plaza, teniendo la guarnición el castillo a donde retirarse,  y del peligro de que los enemigos intentasen volver a tomar la ciudad, si veían a los que la asaltaban entregarse al saqueo. Pues a no haber sido por el fuego, que ciertamente aumentó la confusión y facilitó en  gran manera los desórdenes, y por el gran número de los oficiales de los principales que asaltaron la brecha que fueron muertos o heridos, llegando a 170 de 250 que eran, juzgaba que el saqueo pudiera haberse evitado en mucha parte, aunque no en el todo, y que uno de los motivos de queja, reducido a haberse puestos centinelas en todas las casas, manifiesta el deseo de los oficiales a conservar el orden. Porque estos centinelas debieron haber sido puestos por orden de los gefes; y a menos que se suponga como un cargo que los oficiales intentaron que la ciudad fuese saqueada y quemada, y que pusieron centinelas con este objeto, era menester convenir en la rectitud de su intención en colocarlos. Que por desgracia hacía sucedido no poder relevar las tropas que asaltaron la ciudad hasta el 2 del corriente, en lugar de hacerlo luego que se posesionaron de ella. Siendo de notar que los autores de las quejas olvidan que en 31 de agosto, en que se verificó el asalto, toda la izquierda del exército fue atacada por el enemigo;  y no se le hubieran dado gracias por haber cumplido con buen suceso su deber en esta ocasión, si hubiese arriesgado el bloqueo de Pamplona o la pérdida de la batalla del 31, como era menester para conservar en S. Sebastián tropas que relevasen a las del asalto, con objeto de que sus habitantes pudiesen padecer menos por sus desórdenes. Porque efectivamente no había sido posible designar tropas para aquel relevo hasta el día 2, en cuyo tiempo asegura que había cesado todo desorden por haberse hallado aquel día en la ciudad.

                            En orden a los daños causados a los habitantes por los soldados con armas de fuego y bayonetas en recompensa de sus aplausos y vivas, le parece muy extraordinario que no ocurra a los quejosos que tales daños, si fueron efectivos, serían por accidentes durante el choque en las calles con el enemigo, y no deliberadamente. Y en quanto al cargo de benignidad para con la guarnición enemiga, hace presente que es muy ben fundado, y que mientras no se ordene por el gobierno, en compensación de la ordenanza francesa, por la que se manda dar muerte a todas las tropas enemigas de una ciudad tomada por asalto, será dificultoso conseguir de los oficiales y soldados británicos que no traten bien al enemigo quando se rinde prisionero.

                       A todo lo dicho añade el señor duque de Ciudad-Rodrigo que hubiera deseado que no se hiciese a una persona tan respetable y tan caracterizada como el teniente general sir Thomas Graham el cargo de no haber reclamado asistencia para pagar el fuego en la ciudad hasta estar enteramente consumida, dando con esto lugar a inferir que deseaba su destrucción, porque se ahorraría el sentimiento de decir que la falta de auxilios que había experimentado (sin duda por la grande escasez de medios) para llevar adelante las operaciones contra S. Sebastián, no le alentó a pedirlos de ningún modo. Además de que se había hecho todo lo posible para apagar el fuego por las tropas británicas, y que el mismo señor Duque solicitó el auxilio, no sólo para extinguir las llamas, sino para enterrar los muertos alrededor de la ciudad y en los baluartes; lo que no se había hecho antes, porque hasta entonces no se reconoció la necesidad. "Yo, dice, ciertamente lloro, como el que más, los malos sufrimientos por los habitantes de la desgraciada ciudad, que con razón se quejan de su suerte, y merecen ser auxiliados del gobierno". Y concluye diciendo: que muchos soldados de los ofensores habían sido castigados; pero que no podía decir que ahora quántos hayan sido. En postdata añade: "que se había olvidado decir que en la relación del gobierno francés sobre el asalto de S. Sebastián, asegura el general Rey que quando comenzó el asalto la ciudad ardía en seis parages distintos. Creo que con esto, y que en muchas casas prendió el fuego por la explosión y durante el choque de la ciudad, se convendrá en que no ha sido incendiada por los soldados británicos".

                          La Regencia del reino se apresura a publicar esta exposición del señor duque de Ciudad-Rodrigo para desvanecer las impresionantes siniestras que pueden haber hecho las relaciones falsas o exageradas, difundidas por un zelo indiscreto, ignorancia o malignidad de algunos periódicos, que injustamente intentan mancillar la noble y generosa conducta de los distinguidos gefes del exército aliado.

Sábado. 6 de Noviembre de 1813.

                      Wellington a leído el suplemento de la Regencia del Reino, en el que se intenta suavizar el tema que tanto hiere al marqués. Este, incluso, se atreve a recomendar el cambio de alguno de los términos empleados en ese comunicado como podemos leer en el siguiente extracto de la carta enviada a su hermano Henry.

                          Es una nueva perspectiva demoledora para los habitantes de San Sebastián. Se vuelve a negar lo que realmente ocurrió. Es un nuevo insulto hacia todas las víctimas civiles del asalto.

 Viernes. 12 de Noviembre de 1813.

                         Una vez dentro de Francia, la actitud del Duque de Wellington con respecto a los saqueos es radicalmente opuesta a la que se ha venido "sufriendo" en el territorio español. Se muestra totalmente contrario a dar libertad de saquear y robar a las tropas bajo su mando, hecho que había ocurrido constantemente en España, a pesar de encontrarse en territorio enemigo. Muchas tropas españolas tienen ansias de revancha, motivo que impulsa a que estas tropas tengan una actitud acorde a la realizada por parte de las unidades francesas. Pero Wellington, de manera incomprensible para muchos de sus aliados no quiere que esto suceda y se mostrará inmisericorde.

                       Este día se manda un despacho para el General Wimpffen desde el Cuartel General de Saint Pé, en el que en una post data se le pide a este militar que tenga la bondad de comunicar al General español Longa, que le han llegado informes al Lord de que sus tropas saquean y queman por todo el país. Que uno de sus hombres ha sido capturado, y lo va a hacer colgar, lo mismo que a todos los que atrape. Diferente vara de medir entre unos y otros. Un nuevo agravio que ofende a los habitantes de España.

                       Parece que el propio Wellington es consciente de esta impresión, por lo que intentará suavizar el problema en una posterior carta, fechada el día 14, dirigida al General español Freyre. Entre sus párrafos entresacaré este, por parecerme interesante:

                     "No he venido a Francia para robar, y no hago que pierdan la vida y resulten heridos miles de oficiales y soldados, para que los que queden de estos últimos puedan robar a los franceses. En cambio, es mi deber y el deber de todos nosotros evitar saqueos, especialmente si queremos vivir con nuestros ejércitos a costa del país.

                     He vivido mucho tiempo entre soldados, y he mandado mucho tiempo ejércitos, para saber que la única manera eficaz de evitar los saqueos, especialmente en los ejércitos compuestos por diferentes naciones, es poner a las tropas en estado de armas. El castigo no logra nada y, además, los soldados saben que, por cada cien que roban, sólo uno es castigado, Por contra, si se mantiene junta a la tropa, se evita el saqueo, que todo el mundo está interesado en evitar.

                        (...)

                     Después de esta explicación que os pido hagáis conocer a los Generales del ejército español, espero que no crea de ahora en adelante que intento ofender a cualquiera. Pero es necesario que os diga, que si usted quiere que su ejército haga grandes cosas, hay que someterlo a la disciplina, sin la que nada se puede hacer, por lo que no creo que cada medida sea una ofensa".

                       Nuevamente intuyo un ligero cambio en el pensamiento del Mariscal de Campo. ¿Acaso no pensaba lo mismo en suelo español, o cuando se  quejaba amargamente del comportamiento de sus hombres tras los combates?.

 Domingo. 5 de Diciembre de 1813.

                        Sale un despacho para Sir George Collier del Cuartel General de San Juan de Luz, en el que se le comunica el deseo de los pescadores de San Juan de Luz de recuperar dos de sus embarcaciones que quedaron capturadas en el puerto de San Sebastián cuando la ciudad se rindió a los aliados. Se trata del barco "St. Joseph" y de la embarcación "Les Trois Amis". Si no hubiese ninguna objeción por parte de la marina, Wellington es partidario de devolverlos a sus antiguos dueños.

                        En una carta fechada tres días más tarde para el Conde Bathurst, insiste en que a pesar de que podrían ser considerados como premios de guerra, hay que tener un sentido positivo y respetar las propiedades como eran en el pasado. Para quitar importancia a las unidades, las denomina como simples botes.

 Finales de Diciembre de 1813.

                      En estas fechas se produce el último episodio de incendio en San Sebastián. Sabemos de él gracias a otra carta de Sagasti.

                     "Para prueba de los efectos de la impunidad aun hoy continuan los excesos de este mismo desgraciado sitio; pues el otro día han quemado una de las más hermosas casas que se salvaron del incendio unos 60 portugueses e ingleses artilleros y zapadores que estaban alojados. Este edificio pertenecía a una de las familias notables del pueblo y habría costado 18 a 20 mil pesos. ¡Qué desconsuelo y horror! Considere vuestra merced que noche pasaríamos quando al costado de la casa incendiada había un depósito de 160 a 200 barriles de pólvora. No se puede imaginar la cabeza más exaxerada que gro de males está uno sufriendo por la insubordinación y tono de orgullo y altanería con que se conducen estos hotentotes".

                       Se trata del incendio del hermoso palacio de los Sáenz de Izquierdo, que existía en la calle Trinidad, colindante a la casa del Marqués de Rocaverde,  continuo al Convento de San Telmo, que era parque de artillería.