Et quand les drapeaux de ceux de nos régiments qui portent écrit: "Saint Sébastien, 1813", se déploient, il faut que ceux qui les salutent se remémorent le grand exemple donné par les grand-péres...

Lamiraux (1900)

                        La ciudad de San Sebastián, en el momento de la retirada del ejército francés de suelo español, se encontraba en el más absoluto abandono militar. La casi totalidad de su artillería había sido retirada, para participar en los asedios de Ciudad Rodrigo y de Almeida, así como para fortalecer las plazas de Santoña y Castro Urdiales. Los franceses la consideraban, en ese tiempo, un simple lugar de descanso en medio de la ruta de etapas necesaria para unir España y Francia. Tras su caída, únicamente permanecerá en manos imperiales la ciudad de Santoña, que tras una sangrienta y terca defensa se mantuvo ocupada hasta finales del mes de Marzo del año 1814.

                            La guarnición de San Sebastián, el 20 de Junio, sólo estaba constituida por jóvenes reclutas de la reserva de Bayona de 1812, y por dos compañías de gastadores y zapadores. Sus almacenes de víveres estaban mediocremente provistos. No existían reservas de gaviones, fajinas y maderas, que podrían ser utilizados por los ingenieros en el caso de ser asediados. En cuanto a los glasis de las fortificaciones del "Frente de Tierra", el más importante de todo el sistema defensivo de la plaza, estos se encontraban repletos de cabañas de jardinería y de establos para animales.

                       La designación del General Rey como gobernador de la ciudad de San Sebastián, se tomó inmediatamente después de la famosa Batalla de Vitoria. Los franceses, comprendiendo que esta ciudad sería de gran importancia táctica, al encontrarse en ese momento a retaguardia del ejército francés, y pronto en  la del ejército enemigo, a la vez que muy próxima a la frontera con el país galo, tomaron rápidamente la decisión de enviar a Rey, un general de confianza y gran experiencia, junto a la veterana guarnición procedente de Burgos, reforzada por un contingente formado con soldados que habían quedado aislados de sus respectivas unidades. Este General, antes había estado al mando de una de las dos columnas formadas para organizar la retirada de los franceses hacia la frontera. Había salido de Vitoria el día 19, por lo que se libró de sufrir la derrota en las llanuras de la capital alavesa.

 Martes, 22 de Junio de 1813

                          El General Rey llega a San Sebastián y se encuentra una ciudad atestada de refugiados de todo tipo y condición, que huían hacia Francia ante el más que fundado temor de sufrir represalias por parte de sus compatriotas, al ser calificados por estos como traidores y "desnaturalizados", por haber apoyado al régimen invasor. Es decir, la ciudad era presa del pánico generado por cientos de "afrancesados" que huían al país vecino. La población de San Sebastián, normalmente rondaba los 8.400 habitantes. En estos momentos, según las fuentes, podría albergar entre sus muros y barrios exteriores a más del doble de almas.

                        Rey llegaba dirigiendo un destacamento de soldados veteranos, procedentes de la guarnición de Burgos, que escoltaban a uno de estos convoyes de refugiados hacia la anhelada frontera. Una parte de este grupo continuó camino hacia Francia, pero muchos otros de esos refugiados se quedaron en la ciudad, acrecentando de esta manera la cantidad de bocas que alimentar.

                            Los ojos del oficial francés contemplaban escenas de caos, de nervios, de pánico. Las calles estaban atestadas de gentes. Unos mal vestidos, otros con ropas que los delataban como pertenecientes a la alta sociedad. Todos sucios, sudorosos, desaliñados. La gente se movía de forma rápida, sin ver a sus semejantes, chocando unos con otros, esquivando carros y carruajes. Las tiendas llenas de frenéticos clientes, gritando, ansiosos por poder comprar, a Dios sabe qué precios, alimentos suficientes con los que afrontar unos días inciertos. Gritos, suciedad, caos...

                           Cuantas veces habrá pasado por la mente de nuestro general francés un "Oh, mon dieu".

                           Rey, estaba muy preocupado ante la situación en que encontró la ciudad, con esa ingente cantidad de bocas inútiles que alimentar, que agotarían todos los suministros rápidamente en caso de ser asediados.

                           El día 22 el grueso de las tropas aliadas se encontraba ya en Mondragón donde, las tropas del General Longa, tras un leve pero valiente intento de resistencia por parte de los franceses al mando de Foy, se apoderaron de la localidad junto a seis piezas de artillería.

                            Ante la inminente y ya casi segura posibilidad de quedar aislados en un territorio controlado por el enemigo, Rey empieza a organizar la salida de todos los civiles que huyen, tanto franceses como españoles.

 

Miércoles, 23 de Junio de 1813.

                         Los aliados siguen avanzando. Por la tarde la orden que reciben es cruzar el puerto de San Adrián y aventurarse hacia Villafranca, la actual Ordizia, pero tal y como se lamenta el Teniente General Graham en su Despacho a Lord Wellington, solamente se logra el primer objetivo como consecuencia del mal estado de los caminos.

                       La carretera que actualmente conocemos como N-1, será a partir de este momento una línea de continuos combates entre la retaguardia de unos y la vanguardia de otros.

 

Jueves, 24 de Junio de 1813.

                      Por si los problemas dentro de la plaza eran pocos, estos se ven incrementados con la llegada de nuevos convoyes de refugiados. Es significativo este día, ya que a los dolores de cabeza de nuestro general se sumaron los ocasionados por la recepción de un ilustre grupo de destacados ministros afrancesados y miembros de la Corte Josefísta. ¡ Podíamos cruzarnos en las calles incluso con antiguos ministros y personal de Cámara del mismísimo Rey José !.

                       Este convoy era excepcionalmente importante, a consecuencia de su número y la categoría de los que lo formaban. Estaba compuesto por unas 6.000 bocas y varios centenares de yuntas. En un primer momento, para horror de Rey, estaba destinado a permanecer en la ciudad, territorio español, por claros motivos políticos. No sería nada productivo el que trascendiera en todos los lugares del mundo, la noticia de que la corte española, los ministros y demás mandatarios, abandonaban definitivamente, huyendo, el suelo de España.

                           Las noticias que llegan desde el interior de la Provincia son alarmantes. Los Dragones Ligeros del General Anson, junto a los Batallones Ligeros de la King's German Legion y dos Brigadas portuguesas se mueven desde Segura hacia Villafranca.

                        Este día, por la tarde comienza a desarrollarse una acción que irá adquiriendo , con el paso de las horas, mayor relevancia. Alrededor de Tolosa, e incluso en la ciudad, el General Foy, junto al General Macume, habían preparado un punto de resistencia contra el hasta ahora imparable avance aliado. Disponían en total de aproximadamente 16.000 efectivos, con los que iban a hacer frente a unos 26.000 aliados. Siguiendo lo descrito por el Teniente General Sir Thomas Graham, voy a extenderme un poco en este episodio de la historia de Guipúzcoa y particularmente de la de Tolosa, que no es muy conocido a pesar de la intensidad y el número de bajas que se registró. También me parece que es interesante, al estar implicadas las unidades aliadas que participarán posteriormente en el sitio de San Sebastián.

                           El ataque general a las posiciones francesas comenzó alrededor de las seis o siete de la tarde. Las Baterías artilleras de los Capitanes Ramsay y Dubordieu, con dos piezas cada una fueron empleadas bajo la protección de las tropas del Regimiento nº 16 de Dragones Ligeros. Por delante de ellos estaban las tropas de Infantería Ligera del Mayor Halkett, que avanzaron por la "Calzada Real" abriendo un fuego efectivo contra los cuerpos enemigos posicionados en la planicie, junto a la ciudad. Tras estas unidades de vanguardia, avanzaba una poderosa fuerza compuesta por dos Batallones de Infantería Ligera de la King's German Legion, una Brigada de Guardias británicos, y una División española al mando del General Girón.

                          Otras columnas avanzaron por los flancos de la población intentando rodear Tolosa, mientras se despejaban los últimos restos de franceses que se mantenían en la carretera hacia Pamplona.

Viernes, 25 de Junio de 1813.

Tras perder todos estos enclaves exteriores, los franceses se hicieron fuertes en el interior de la ciudad, que resultó mucho más defendible de lo en un principio hacía suponer. Lo sucedido queda claramente expresado en el Despacho Oficial del Teniente General Graham, dirigido al Mariscal de Campo Lord Wellington, fechado el día 26 en la ya conquistada población (clica sobre las páginas):

Dentro de las unidades que componían la Brigada Conchy, se encontraban dos Batallones del 64º de Línea, y uno del 1º, del 22º y del 34º, que participarán en la defensa de San Sebastián.

                       La ciudad tenía sus puertas protegidas, además de torres de nueva factura defendiendo sus murallas. Un fuerte construido en madera, junto al Camino Real, también se encontraba defendido por una fuerte guarnición.

                           El listado de bajas de los aliados es considerable, tal y como se puede ver en la tabla de la derecha.

                         Este día, el grueso de las tropas inglesas y portuguesas, que seguían de cerca a las que estaban en vanguardia, ya ocupan la villa de Mondragón, en la que establecen un campamento provisional. Existe una curiosa carta del cura de la localidad, Don Juan Prudencio de Ugarte, que transcribo literalmente:

                                   "El día 22 de Junio de Mil Ochocientos y trece en este lugar de Uribarri se vatieron las tropas del tirano buenaparte con el famoso Longa y su division, éstos vencieron aquellos y les echaron de Mondragón:

                                   El día veinte cinco del mismo mes de junio de mil ochocientos y trece estubieron ay acampados los ingleses y portugueses en el castañal de Anima Zuri, distrito de este pueblo, al mando del Jeneralisimo "Belintón" inglés: Esto sucedió siendo cura y beneficiado D. Prudencio de Ugarte."

 

 

Sábado, 26 de Junio de 1813

                            La situación en la ciudad de San Sebastián era estresante, una locura. Los acontecimientos que la rodeaban aplastantes. Tenían que prepararse para afrontar lo peor, y el General Rey estaba determinado a hacerlo. La decisión de sacar a todos los refugiados se aceptó. Era imposible sostener un asedio en esas condiciones.

                     Inmediatamente se organizaron dos convoyes. El primero, carente de personalidades destacadas, protegido por una reducida guardia, ya que no quería prescindir de más hombres, se encaminaría por tierra hacia Irún con los refugiados. Estos estaban realmente consternados, ya que su escolta se compondría únicamente de unos centenares de bayonetas del Regimiento Royal Etranger y de heridos y lisiados de la Guardia Real de José. Existía auténtico pánico a las acciones guerrilleras a lo largo de la "Calzada Real". Nadie olvidaba los sufrimientos que padecieron los correos franceses a lo largo de los años que duró la ocupación de España.

                         Al mismo tiempo, desde el puerto de San Sebastián, y con el mismo destino, salía un segundo convoy con las personalidades más destacadas a bordo de barcos y lanchas. La suerte hizo que los dos grupos, que partieron durante esta jornada, llegaran a salvo y sin incidentes a sus destinos, pudiendo huir toda esta aterrorizada masa a la vecina Francia.

General Maximilien Sebastien Foy (1775 - 1825)

 

                        Pero la población no combatiente, en el interior de las murallas, todavía era demasiado grande, así que no contento con esta primera evacuación, dio orden, a través de las autoridades municipales de que todos los donostiarras que quisieran abandonar la ciudad lo hiciesen en un plazo máximo de 48 horas. De esta forma, la población quedó reducida aproximadamente a la mitad de bocas que alimentar.

                        Las negras nubes que se cernían, imparables, sobre los franceses y  donostiarras que rehusaron salir, se confirmaron mediante la llegada de un emisario del General Foy desde Andoain, con una carta de este dirigida a Rey.

                       Ante el cariz que iban tomando los acontecimientos, Rey envió a su Ayudante Doat a Andoain,  con la misión de pedir refuerzos a Foy, quien le envía el día siguiente un Batallón del 34º, otro del 1º de Línea, y a los capitanes de artillería Duhamel y Daguereaud con 41 hombres del arma.

                             Los franceses ignoran todavía las intenciones del alto mando aliado. Este aún no tiene decidido nada contra la pequeña ciudad de San Sebastián. De momento parece que todo su interés se centra en asediar Pamplona, tal y como se puede leer en los despachos oficiales de Wellington. Por ejemplo en el fechado este día en Orcoyen, dirigido al Capitán Sir George Collier, quien ostenta el mando de la escuadra británica en el Cantábrico, se le indica que el mejor puerto para descargar la artillería y municiones es Deba, y que estas se destinarán a la conquista de la capital navarra. Una vez conquistada Tolosa, esa será la vía más rápida para transportarlas por tierra hasta su destino.

                              De este Despacho entresacaremos el siguiente párrafo:

                          "Me propongo utilizar en el asedio de Pamplona algunos de los cañones franceses de 12 libras capturados en la batalla de Vitoria, y he pedido a la  Coruña 28.000 disparos para los doce libras  para efectuar este servicio, que también deben ser llevados a Deba. Sería muy conveniente que esas municiones pudiesen llegar en un barco de guerra de pequeño tamaño, o, en todo caso, te pido que tomes las  medidas necesarias para darle un convoy.

                           Después de haber tomado Pamplona, no será difícil hacernos dueños de Santoña, Castro Urdiales, e incluso de San Sebastián, (...) ​​pero en la actualidad debemos dirigir todos nuestros esfuerzos a esta última (Pamplona). (...)

 Tengo el Honor, etc.                                                   

WELLINGTON

 

Domingo 27 de Junio de 1813                                 

                           Al mediodía, cruzaba la puerta de San Sebastián el mismísimo general Foy.  Los cascos de los caballos resonaron fuertemente en el túnel que atravesaba la muralla, a través del cual se mostraba al visitante la Plaza Vieja de la ciudad. Rápidamente, sin perder tiempo, inspeccionó el estado militar de la plaza junto a los mandos encargados de su defensa, poniendo especial interés en los recursos con que esta contaba. Tras este acto, el general prosiguió su retirada, siguiendo los restos de su ejército, hacia Irún.

                           Rey no estaba nada satisfecho. No notó en sus compañeros oficiales la entrega que dentro de él latía. Pidió y suplicó más hombres para acometer la tremenda misión que se le encomendaba. La patria estaba a escasos 20 kilómetros, pero el deber le impedía regresar, no podría pisar su tierra, su hogar. Él se quedaría. La familia, los amigos, seguirían cercanos en la distancia, pero lejos en el pensamiento.

 

                           Ante las incansables peticiones de Rey, Foy encomendó la organización de la defensa al Comandante Santuary, al Comisario de Guerra Robert y a su Ayudante, el subintendente militar adjunto, M. Barbier-Duquilly, quienes debían preparar, junto a las autoridades de la ciudad, las requisas y demás acciones necesarias para asegurar los suministros necesarios de la guarnición.

 

                         Ese mismo día comenzaron las requisas de materiales entre la población civil. No hubo objeciones. Nadie opuso la menor resistencia. Los franceses estaban asombrados, ya que no esperaban encontrar esta actitud. La resignación de los paisanos era un buen síntoma. No parecía que iban a causar problemas dentro de la ciudad.

 

                         Antes de retirarse definitivamente, Foy decidió reforzar la guarnición con un Batallón del 62º y otro de 22º, pero retiró los 500 reclutas del 120º, unas tropas compuestas por jóvenes soldados, algunos casi niños, que realmente no hubieran desempeñado un papel importante en la defensa. También privó a la defensa de la plaza de otros 500 hombres del cuerpo de la gendarmería. El General Rey se enfadó mucho porque necesitaría la ayuda de todas las manos capaces de portar un fusil, pero sobre todo por la partida de los gendarmes. Se acercaba un ejército hasta el momento victorioso. La moral del enemigo era muy alta. La de los franceses no era la más adecuada para sostener una larga batalla, y veía cómo se alejaba una columna con medio millar de soldados, que sin duda necesitaría.

 

                         La visita no duró apenas media hora, detalle que también molesto al General Rey. Nuevamente retumbaron con fuerza los cascos de los caballos en el túnel de la puerta de tierra de la ciudad de San Sebastián. Los centinelas se cuadraban, y los gritos de los oficiales mandando presentar armas a la compañía de honores resonarían, sin duda, fuertemente entre las paredes de la Plaza Vieja, y dentro de los tímpanos de los donostiarras, que dominados por una mezcla de curiosidad y miedo, seguro que estaban escudriñando la  marcial escena desde las ventanas de sus hogares. Así, de esta manera, el General Foy abandonaba la plaza, rumbo a Oyarzun.

 

 

 

 

                        Un último intento por conseguir ayuda desde más allá de la frontera no podía dejar de intentarse. La plaza de Bayona era la más poderosa y mejor guarnecida de la zona. Inmediatamente, esa misma noche, Rey envió al Comisario de Guerra Robert en una lancha, para pedir socorro, y hacer que su situación se conociera. Existe un informe realizado por el Jefe de los ingenieros de la plaza, Comandante Pinot, sobre el lamentable estado de los cañones y fortificaciones. Es muy probable que fuera el mismo Robert el encargado de llevarlo hasta Bayona, para que llegara a su destinatario, el Ministro de la Guerra.

                        La noche fue larga, pero el cansancio acumulado en los cuerpos por la sucesión de tareas, por los gritos y los enfados, sin duda venció, y los militares, al fin, durmieron.