Dos fueron los arquitectos encargados de reedificar la ciudad: Don Pedro Manuel Ugartemendía y Don Alejo Miranda, y de su informe sobre las calles y comunicaciones anteriores a 1813, a modo de conclusión, destacaremos:

 1º.- Que el centro de la ciudad se hallaba hundido y que por este defecto local las aguas llovedizas tenían una dirección invertida de la circunferencia al centro.

2º.- Que las calles eran angostas, tortuosas y en general malsanas.

3º.- Que la comunicación de la ciudad con el castillo era además de difícil, peligrosa.

4º.- Que la Puerta del Muelle carecía de la extensión necesaria para mejorar la calidad de sus transportes comerciales.

5º.- Que las relaciones comerciales entre el muelle y la ciudad sufrían demasiados retrasos.

6º.- Que la ubicación que tenían los edificios del Peso Real, Carnicería y Pescadería, así como de los Cuarteles era defectuosa para con la distribución del resto de la población.

En cuanto a las viviendas, por regla general, tenían tres o cuatro pisos de altura que se remataban con un saliente o alero, el cual protegía a los viandantes de las lluvias y tempestades tan comunes en este territorio. En su interior, las casas eran muy estrechas y con gran fondo, lo que ocasionaba que estuviesen mal iluminadas y peor aireadas. Es curioso observar que, pese a todo, los contemporáneos las consideraban de gran calidad. El viajero Joaquín de Ordóñez, de profesión presbítero y que visitó nuestra ciudad por 1761, dejó escrito en su libro de viajes titulado "San Sebastián en 1761, Descripción de la ciudad, sus monumentos, usos y costumbres" una reflexión que representa muy bien esto que os digo:

"Las casas de esta ciudad son muy buenas; muchas de sillería, cornisas y molduras de piedra, muchos balcones y algunos de rara hechura, las mayoría tienen vidrios propios y todos de cristales, porque aquí no hay vidrios ordinarios".

El plano superior pertenece a la casa de la Calle Mayor nº 2 de Doña Ana María de Urbistondo, casa que desapareció, como tantas otras, en el incendio de la ciudad.
Se puede apreciar la fachada del edificio y la planta del mismo, tan alargada y profunda.
Documento fechado el año 1787 y perteneciente a la Real Cancillería de Valladolid.

Por otro lado, en los informes realizados por Ugartemendía y Miranda para la reconstrucción de la ciudad, no se habla nada bien de las casas existentes con anterioridad al incendio:

"Que en general las casas eran angostas y malsanas, perimetradas de paredes de diversidad de ángulos y pequeños recuadros de patincitos, en perjuicio de la habitación solar, de la economía pública y de la misma salud".

Destacaban varios edificios, sobre todo palacetes, que no eran tan suntuosos como el término puede indicar, pero sí eran más lujosos que el resto de casas del común. Seleccionaremos de entre todos ellos los siguientes:

  • El Palacio de Balencegui, el cual destacaba por una espectacular fachada coronada por un frontispicio realizado siguiendo los cánones del arte dórico.
  • El del Conde de Salvatierra, cuya fachada daba a la Calle Mayor.
  • El de los Marqueses de Narros, en la Calle Igentea, próximo a la Calle del Cuartel.
  • El del Marqués de San Millán, de la familia de los Oquendo, que se situaba en la esquina entre la Calle Mayor y la del Puyuelo Alto.
  • La Casa Jaureguiondo, que llegaba a ocupar una manzana entera entre las calles Mayor y Embeltrán y la Plaza Vieja.
  • El Palacio del Conde de Villalcazar, de la familia de Idiáquez, cuya fachada se abría a la  Calle de la Trinidad y se extendía hasta alcanzar su fondo en la de Juan de Bilbao.
  • La del Conde del Valle, que iba desde la Calle del Pozo a la de la 'Iguera'.
  • La de los Marqueses de Mortara.
  • La del Marqués de Rocaverde.
  • La de Don Antonio Tastet, con ricas ventanas y puertas de las más finas caobas, situada en la subida al Castillo.
  • La de Don José María de Olozaga.
  • La de Don Joaquín Luis de Bermingham.

Dibujo de la basílica de Santa María realizado por Laureano Gordon.

Como edificios religiosos se podrían destacar la iglesia parroquial de Santa María, fundada el año 1014 y reformada totalmente entre los años 1743 y 1764. También podríamos citar la iglesia de San Vicente, el convento de Santa Teresa y finalmente el espléndido convento de San Telmo. Estos son los edificios que destacaban -y afortunadamente siguen haciéndolo- dentro de sus murallas. A extramuros de las mismas podríamos mencionar el antiquísimo convento del alto de San Bartolomé, cuya posición elevada tendrá gran importancia durante el sitio de la ciudad, así como el de San Francisco y, cómo no, el convento de San Sebastián.

Pasemos de vuelta a la Ciudad y conozcamos un poquito más los que estaban dentro de sus murallas:

1º.-La Iglesia de Santa María:
Ni tan siquiera el asedio pudo impedir que en este templo, por su ubicación uno de los lugares más resguardados de la ciudad, se siguieran celebrando los oficios religiosos.

2º.-La Iglesia de San Vicente:
Su párroco y numerosos voluntarios donostiarras recibieron a los heridos de ambos bandos que fueron atendidos entre sus muros, convirtiendo este recinto en un hospital militar. Todavía hoy se pueden observar los agujeros provocados por el disparo de los rifles británicos.

3º.-El Convento de San Telmo o de San Pedro González, de la Orden de los Predicadores:
Es curiosa la historia de esta zona, cuyo uso hasta la fundación del convento fue la de parque de artillería, uso que se vería de nuevo honrado por parte de los franceses desde la ocupación de la ciudad hasta el asedio de 1813 y ya a partir de 1836, de forma más permanente y clausurando así sus funciones religiosas, por Orden Real de la Reina Regente Doña María Cristina.

Fue fundado en el siglo XVI por el matrimonio formado por Don Alonso de Idiáquez y su mujer Engracia de Olazábal, cuya tumbas yacentes son dos de las principales obras que por fortuna aún guardan las paredes del viejo Parque y a las que os animo visitar.

4º.- El Convento de Santa Teresa:
Esta edificación fue la última posición que el ejército francés cedió dentro de la plaza. Se trata de un convento que pertenecía a la orden de las Carmelitas Descalzas y cuya iglesia, así como los pisos superiores del convento, son todavía habitados por éstas. Se fundó a mediados del siglo XVII gracias a las donaciones realizadas por Doña Simona Lajust.

Y de nuevo fuera del recinto defensivo:

5º.- La Iglesia de San Sebastián del Antiguo:
Seguramente la iglesia más antigua de todas, se asentaba en los actuales terrenos del Palacio Real. Fue cedida al Convento de San Bartolomé el año 1542 y pese a sobrevivir a la devastación del 1813, resultó tristemente destruida durante el año 1836, en la I Guerra Carlista.

6º.-El Convento de Religiosas de San Francisco:
Se fundó a principios del siglo XVII en la orilla derecha del Urumea. Su uso como convento fue suprimido el año 1836 con la famosa desamortización de Mendizábal y pasó a ser destinado como Casa de Misericordia, para ser finalmente empleado como cuartel el año 1913.

Actualmente ya ha desaparecido.

7º.-El Convento de San Bartolomé:
El que podemos contemplar hoy día tan sólo comparte la ubicación, pues el convento original fue destruido en 1813. Pertenecía a la Orden de San Agustín y ya se lo mencionaba en una bula papal de Inocencio IV del año 1250, por lo que podemos dar por hecha su existencia al menos desde el siglo XIII.

Entre los edificios civiles podríamos comenzar destacando el Ayuntamiento, construido según los planos del arquitecto Hércules Torrelli en época de Felipe V, así como la carnicería y la pescadería situadas entre las calles Esterlines y la del Puyuelo bajo, o el hospital civil entre las calles Juan de Bilbao y la Plaza Nueva.

La fachada principal de este Ayuntamientose abría al lado sudoeste de la Plaza Nueva, flanqueada por dos torres que se alzaban por encima de los tejados del entorno. Su estilo, si atendemos a la definición de Don Miguel de Artola, se podría calificar como de barroquismo exaltado; mostraba un frontispicio rematado por dos grandes estatuas, realizadas en alabastro, que representaban la justicia y la prudencia, y debajo de éstas, fabricado en puro mármol de Génova y protegido por dos leones de cuerpo entero, se situaba el escudo de la ciudad. Su interior, que albergaba las dependencias del Ayuntamiento y las del Consulado, no se quedaba atrás y también estaba profusamente decorado.

Todo el entorno desapareció en el incendio que se originó tras el asalto del 31 de Agosto y en su lugar, según planos de Don Silvestre Pérez, se levantaría edificio de la actual Biblioteca Municipal, nacido en la reconstrucción de la ciudad tras el incendio de 1813.

 Este convento fundado por los Jesuitas al lado de lo que hoy es la Plaza de la Trinidad, era conocido popularmente como "La Compañía", que tras la expulsión que sufrió la Orden en tiempos del Rey Carlos III, se dedicó a Hospital y Misericordia, para convertirse más tarde, por una Real Providencia de 1769, en casa de expósitos y, finalmente, en una escuela pública. Diferente uso le darían los franceses en 1808, quienes una vez ocupada la ciudad, lo utilizaron como cárcel civil para toda la provincia, uso que no cambiaría hasta 1889 con la construcción de la Cárcel del Antiguo. Convendría añadir en este punto que en el San Sebastián de tiempos más remotos existieron dos cárceles: Una  frente a la Casa de los Oquendo en Gros, en el Campanario de Santa Teresa, y la otra en la antigua casa del preboste, que se situaba en la esquina de las calles Narrica y Embeltrán.

Este histórico convento se salvaría del incendio, aunque posteriores reordenaciones urbanísticas han terminado por borrarlo del mapa. Los curiosos que hayan podido apreciar parte de sus restos y estructura en la plaza de la Trinidad sabrán ahora cuál es el origen de estos.

La ciudad está fundada al pie del monte Urgull sobre un tómbolo, por lo que se encuentra rodeada por el Mar Cantábrico a un lado y las aguas del río Urumea por el otro. La Bahía de La Concha, que durante la época servía de refugio para pequeños navíos militares, tiene una longitud de 1200 metros y se cierra al oeste por el Monte Igueldo. A lo largo de su playa, se repartían diferentes almacenes preparados para recibir las muchas mercancías comerciales que llegaban gracias a su potente economía, no olvidemos que por aquel entonces San Sebastián era la sede de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas. La protección de todo este patrimonio se lograba gracias a las baterías ubicadas en el el Castillo del Santo Cristo de la Mota, aún presente en el Monte Urgull y desde el que, junto a la Isla Santa Clara, se domina perfectamente el acceso desde el mar.

Una vez visto grosso modo como era el escenario en el que se desenvolvían nuestros antepasados donostiarras, examinaremos como se ganaban la vida:

Los astilleros, ubicados principalmente en los barrios de Santa Catalina y de San Martín, habían sido la principal industria de la ciudad y la comarca, pero en los albores del siglo XIX ya comenzaban a encontrarse en claro declive; los famosos galeones que en otros tiempos se enseñorearon de todos los mares del mundo ya no se reclamaban en la misma medida y así, en vez de dedicarse a la construcción de grandes navíos, la mayoría de los ingresos durante las fechas del asedio resultaba de las reparaciones de barcos y la fabricación de aparejos.

 El comercio de la ciudad, que en otras fechas anteriores llegó a disfrutar la celebración de tres grandes ferias anuales, solamente conservaba en 1813 la que actualmente seguimos celebrando: la de Santo Tomás. Por entonces duraba desde el mismo día del santoral (para los más despistados: 21 de Diciembre) hasta el 6 de Enero, festividad de los Reyes Magos. Eran fechas de gran calado religioso, y las profesiones y oficios que había en la ciudad las detalla con gran rigor Don Joaquín Ordóñez.

 Cabe destacar que la siguiente relación transcurre pasados 50 años de las fechas que nos ocupan, pero seguramente no habría experimentado grandes cambios: 

 "Hay en esta ciudad de todos oficios; es, a saber: Un escultor, un pintor al óleo, cuatro doradores y estofadores, cuatro arquitectos que hacen retablos, cuatro maestros de obras, doce carpinteros, doce plateros, uno de ellos es contraste y el otro de oro, un impresor, dos libreros, cuatro médicos, diez cirujanos, tres boticarios, cuatro herradores o albéitar, dos guarnicioneros, tres cordoneros, dos relojeros, tres caldereros y un latonero, diez herreros, tres cerrajeros y cuatro cuchilleros, ocho confiteros y cereros, cinco hojalateros o linterneros, seis tiendas de peluqueros que trabajan mejor que en Madrid, dos francesas, un maestro de niños, doce tejedores, trece toneleros, más de sesenta sastres, otros tantos maestros de obra prima, que unos y otros visten y calzan a las mil maravillas casi a hombres como a mujeres, muchas maestras de niñas que enseñan a leer, escribir y coser, dos pastelerías, hay también zapateros remendones, chocolateros no tienen número, cuarenta tabernas de vino de Navarra, dos comercios de vaca y carnero...."

 

 

He buscado una imagen que pudiera ayudarnos a ilustrar que aspecto tendría una de las calles en esa época. La cosa está difícil, ya que como hemos indicado sólo sobrevivieron contados edificios y de hecho ningún tramo de calle completo ha llegado hasta nuestros días. La que más edificios conservó, pese a que uno de sus lados desapareció completamente, es la que llamaban 'Calle de la Trinidad' y que hoy día es conocida como 31 de Agosto. Sin embargo sí existe una foto de 1887 de la ya desaparecida calle de la Zurriola: Discurría paralela a la muralla, con las fachadas posteriores de las casas de la derecha adosadas a su lienzo y estaría más o menos ubicada entre las actuales calles de San Juan y de Aldamar. El tramo más alejado del fotógrafo, justo al lado de la iglesia de San Vicente y según se recoge en los planos levantados por Ugartemendía, sí se salvó del incendio, aunque a posteriori y para dar paso al ensanche, esta calle sería derribada.

Qué podríamos destacar de la foto? Lo primero es la irregularidad de la calle y de cómo la estrechez y angostura de la misma se convierte en la causa de una deficiente iluminación de los pisos. Deberíamos fijarnos en la mala nivelación de su adoquinado, o los aleros de los tejados que usaríamos para resguardarnos de las muchas lluvias, responsables ellas de las humedades que se pueden apreciar fácilmente en las fachadas con sus claros desconchados. La colada estaba colgada a la vista, como consecuencia de la ausencia de patios interiores, ausencia que impedía la iluminación de las habitaciones más alejadas de la fachada. Se pueden observar también edificios de dos a cuatro alturas, como el que alardea a la derecha exhibiendo sus blasones nobiliarios, y es que no debe olvidársenos: Estamos en la hidalga Guipúzcoa y como tal se nos muestra.