El valiente gesto del Capitán de Granaderos francés

Loysel de Lahautière.

     En el relato autobiográfico del Teniente Coronel británico Augustus Fraser, el más completo sobre el asedio de San Sebastián, encontramos descrito uno de esos gestos que engrandecen al hombre, a pesar de estar inmerso en la terrible vorágine de una guerra sin piedad. Un gesto que fue recompensado y reconocido por sus enemigos, finalmente vencedores. Agradecieron la humanidad del mismo, el desprecio mostrado ante el peligro en favor de unos atacantes heridos que, hasta hace unos instantes, no hubiesen dudado en matarle. Los oficiales vencedores, enemigos en esta acción, abogaron ante sus superiores en favor de este capitán francés. Este gesto es algo totalmente excepcional, pudiéndose contar los casos similares que se produjeron durante la campaña peninsular con los dedos de una mano.

     Pero vayamos al caso.

     Cuando las tropas británicas y portuguesas atacaron las brechas de la cortina de la Zurriola el 25 de Julio, no se podían figurar el desastre al que se iban a ver expuestos. Un ataque planeado en teoría al detalle, que se vio rechazado por la férrea defensa francesa, y las medidas desesperadas, que estos habían preparado para impedir la caída de la ciudad de San Sebastián.

     Al llegar las tropas atacantes a la parte superior de la brecha, tras atravesar una mortífera lluvia de proyectiles, comprobaron que no podían seguir avanzando hacia el interior de la plaza por las trampas e impedimentos preparados por los franceses.

     La matanza fue enorme, y esta se podía ver incrementada aún más por la subida de la marea, que arrastraría irremediablemente a la mayoría de heridos que llenaban el campo de batalla. A este detalle tan preocupante, hay que añadir otro aún más doloroso. Las baterías aliadas situadas en las dunas del Chofre, al otro lado del rio Urumea, abrieron fuego contra las hasta el momento invictas defensas francesas, y provocó nuevas bajas entre sus propios soldados, es decir, lo que conocemos hoy en día con el aséptico término de "fuego amigo".

     Y este es el momento en el que se produce la aparición de un oficial francés, por más señas capitán de la compañía de granaderos del 22º regimiento de infantería de línea, quien, despreciando el riesgo hacia su propia vida, se encaramó a lo alto de la expuesta brecha, y en medio de los cuerpos de heridos  y muertos, agitó el sable intentando que las baterías artilleras le vieran y cesaran su mortífero fuego.

     Esa valiente acción tuvo su recompensa. El Teniente Coronel Fraser, al mando de la artillería de ese lado del rio, lo vio a la distancia y ordenó el cese inmediato de los disparos. Se mandó un oficial para preguntar qué ocurría, a lo que el capitán explicó que estaban rematando a sus propios hombres. Se pactó una corta tregua, en la que cada bando retiraría a sus heridos, con la excepción de los aliados caídos en las partes más superiores de las violaciones, que serían capturados como prisioneros. Los franceses no querían que se aproximaran a las partes más sensibles de las defensas, temiendo un golpe por sorpresa.

     Tras este fracasado ataque, el sitio continuó con continuas salidas de la guarnición contra los aproches más expuestos, y un incesante fuego de artillería contra las murallas de la plaza, que destruían cualquier intento de reforzamiento en las defensas por parte del ejército francés.

     El asedio a la plaza terminó tras el ataque del 31 de agosto, continuando ahora contra la fortaleza de Urgull, donde se habían refugiado los defensores que no habían sido capturados, hasta la lograr la rendición con condiciones honrosas del contingente imperial, el día 8 de Septiembre. Se pactó la entrega de la guarnición para el día siguiente, permitiendo que esta salga en formación, armada, y a tambor batiente. Una vez llegada la columna al glacis de las murallas, se entregarían los fusiles a los vencedores. Los aliados, en formación rindiendo honores a los vencidos, ven desfilar a quienes han defendido la ciudad durante todo el verano de 1813.

     Y es en ese momento cuando se produce un hecho inesperado.

     Fraser en sus memorias autobiográficas describe este intenso momento:

     “Enseguida le cuento a usted lo que sucedió ayer. Me escapé con Dickson y Sir George Collier para ver a la guarnición de San Sebastián deponer las armas. Vadeamos el Urumea a caballo, y encontramos a las tropas británicas y portuguesas en formación hacia la ciudad. Los portugueses formaron en las calles, los británicos en las murallas. El día estaba muy bien, después de una noche de fuertes lluvias. Poco después de las 12, la guarnición francesa salió por la puerta del Mirador: El General  Rey a la cabeza de sus hombres, seguido por Songeon (jefe del Estado Mayor), y el coronel Sant Ouary (comandante del lugar). Los restos de los Regimientos franceses les seguían. Los oficiales saludaron al General Oswald, ya que pasaron frente a él en la Plaza Vieja, cerca de la gran puerta de la ciudad. Muchos de los soldados franceses lloraban amargamente: todos parecían tristes. Las bandas de dos o tres Regimientos portugueses tocaban de vez en cuando, pero la escena era de un completo pesimismo. Casi no había ciudadanos presentes,  sólo unos pocos. Con un poco de retraso, por culpa de las ruinas del lugar, que impedían a la guarnición mantener un orden preciso, los franceses depusieron las armas en silencio. (...) después del saludo con reverencia  del general Rey y del coronel Songeon Pasajes, 10 de Septiembre a las 7 de la mañana."

     Los oficiales británicos que asistían a la entrega de la guarnición señalaron a un oficial, y rompieron el estricto protocolo sacándolo del desfile, abrazándole y felicitándole por su acción. Habían reconocido al valiente oficial que arriesgando su vida, logró parar el mortífero fuego artillero. Rodeado de felicitaciones, Fraser nos muestra el orgullo que el capitán aún guardaba en su interior, y que demostró a todos con una lacónica frase:

     "Ahí están los restos de los valientes del 22º. El otro día éramos 250, no más de cincuenta quedamos".

     Los números no se corresponden exactamente con la realidad, pero si con la importante actuación de este regimiento durante la defensa de San Sebastián, en la que sufrió un altísimo porcentaje de bajas al haber defendido posiciones muy expuestas al fuego enemigo, desde los primeros días del asedio hasta la rendición de la plaza. (Ver en eta web Les Protagonistes. 22º reg. inf. de línea)

     Los oficiales británicos pidieron al mismísimo Teniente General Graham que se amnistiara al capitán del 22º de infantería, en agradecimiento a su valiente acto en favor sus compañeros.

     Hasta hace poco desconocía si se habían tenido en cuenta los deseos de la oficialidad, y dejaba volar mi imaginación, con la esperanza de que la caballerosidad entre oficiales triunfara sobre la crueldad de la guerra. Incluso en una conferencia que tuve la ocasión de dar en el Museo de San Telmo, uno de los presentes me preguntó por si el final de la historia era feliz, o todo había caído en el olvido de una pesada e inhumana burocracia militar. En ese momento no pude afirmar nada con total seguridad. Incluso he de reconocer que interiormente, mis pensamientos no eran muy favorables a que fuesen oídos los deseos de amnistiar al oficial enemigo...

     Pero tras cuatro años de continuas investigaciones, he logrado, por una de esas casualidades inesperadas, resolver la incógnita.

     Un pequeño párrafo aparecido en Le Journal de L'Empire de fecha 14 de Octubre de 1813 desvela el misterio.

     Dice:

En el Cuartel General de Huarte, el 2 de Julio de 1813.

     El capitán de granaderos del 22º regimiento de infantería de línea, Loysel de Lahautière, el valiente y humano oficial francés que arrancó noblemente de la muerte, con peligro de su propia vida, a dos oficiales franceses*, durante el asedio de San Sebastián, ha sido puesto en libertas casi inmediatamente llegado al depósito d'Aberg-Avenny, y ha recibido el pasaporte para regresar a Francia.

*Se trata de un error tipográfico, ya que el acto fue la salvación de oficiales y tropa inglesa.

Al día siguiente, sale otra noticia en el mismo diario:

Dice:

             - El oficial francés que sobre la brecha de San Sebastián, salvó la vida de dos oficiales ingleses, y cuyo generoso trato fue mencionado honorablemente al gobernador inglés y en todas las publicaciones, se llama Loysel d'Hautière, capitán de granaderos del 22º regimiento de línea.

Si. La caballerosidad y la generosidad para con el valiente vencido prevaleció, y el Capitán Loysel de Lahautière** fue amnistiado por su gesto valiente y sobre todo humanitario.

Me alegro que existiese un rasgo de humanidad entre tanta sin razón y sufrimiento.

** Su apellido lo podemos encontrar como de Lahautière o como d'Hautière

José María Leclercq Sáiz